Eno

Brian Eno mola porque es el típico resalao que tienes en la recámara desde que eres pequeño y, de repente, te enteras de que es la hostia. De la noche a la mañana. 

Recuerdo de los años de Rockopop y así que Eno era sinónimo de calidad porque, de aquellas, producía a Los U2. Y de refilón te llegaba que había otros más raritos, los tales Talking Heads, que también tenían algo con Eno.

Pero Eno era un señor, y ninguno nos lo imaginábamos vestido con plumas, a la Roxy, o definiendo lo que sería la música moderna para los próximos 15 o 20 años, a la Green World. Más tarde, también veríamos a Eno como un tío muy pesado que componía música para aeropuertos y para Sistemas Operativos porque, claro, éramos muy punkies y no andaba el horno para mucho maricón de playas.

Yo fui consciente de la grandeza de Eno, por primera vez, en el año del señor de 2004, viviendo en Locarno, Suiza. Tarde, muy tarde, a puntito de cumplir los 30. Había estado flirteando con su primer disco y con los primeros de Roxy Music pero, con la soledad de mi nuevo hogar y la (absoluta) extrañeza para con el nuevo entorno, me puse en cuerpo y alma. Me maravilló el despliegue de creatividad del primero de los Roxy. Cómo podía alguien estar así de inspirado?! Como para no echarle del grupo, nos ha jodido. Se los iba a comer a todos con patatas. Yo hubiera hecho lo mismo. Yo lo hubiese matado.

Ese disco marcó el ambiente perfecto para el Día de la Revelación. Mi tarde de domingo en la Madonna del Sasso. Bebiendo Averna en un grotto que había junto al monasterio y escribiendo letras que nunca nadie leería. Al subir la montaña en el fonicolare, pinché Needles in the Camel’s Eye en el iPod, y no di crédito. La había escuchado ya cincuenta veces esa semana, pero ese día no di crédito. De dónde salía todo ese arrepío (arrepío del guay, eh!). Cómo era eso posible? Ahí es donde entré yo por el aro. En ese momento, y en ese lugar, la aguja pasó por el ojo del camello.

Hace un par de semanas pinché una de las copias que tengo del disco, la primera que me pillé, una reedición Polydor de mediados de los 70. Dentro de la funda estaba el billete del fonicolare de aquella tarde de domingo, en la Madonna del Sasso de Locarno. Qué bonito es tener Diógenes, amigos secreters.

Another Green World llegó después. No mucho después, quizás uno o dos años. Y me gustó, claro. Pero, vaya usted a saber por qué, no tanto como me tenía que haber gustado. Quizás por la (aparente) falta de canciones largas o ambiciosas, o por la escasísima carga vocal del disco. O quizás, más probablemente, es que fue víctima de alguna distracción momentánea, de ésas que te hacen pantalla de humo durante uno o dos o tres meses y después caen en el olvido. No recuerdo, ni por asomo, qué disco me tenía pillado cuando escuché Another Green World por primera vez. Pero algo debió de pasar para que no me absorbiese como lo haría unos años después. Fuese lo que fuese, seguro que salí perdiendo. Seguro.

Por suerte, el tiempo me dio una segunda oportunidad. Un día leí algo sobre Another Green World, quién sabe donde, y recordé que tenía una copia casi sin pinchar junto al Here Come the Warm Jets, que es el que siempre acababa poniendo. Y, carajo, entonces sí que sí. Me cambió la vida. En la medida en que un disco puede cambiarle a uno la vida pasados los 30, entendámonos. Pero me iluminó y me refrescó como muy pocos discos me habían refrescado. Con esas armonías como expresionistas que se van formando sin darte cuenta, ni muy obvias ni muy raras, combinadas con esos efectos que funcionan como parte de la canción. Entendí que no es que al disco le falten piezas largas o ambiciosas, es que la ambición estaba en el propio disco. Como en el Smile de los Beach Boys o, sobre todo, en los discos-letanía de Moondog, la gracia está en el trayecto de la obra completa, no en un par de hijuelas de canciones con más punch que las demás. Qué grande Eno, no creo que haya nada más moderno que lo que este señor hizo hace 45 años con Another Green World.

Entonces llegó la vorágine. El Discreet Music y los discos con Cluster y Moebius y Roedelius, las colaboraciones con Fripp y el Music for Films. Los discos de Ambient y el Wrong Way Up con John Cale, que acaban de reeditar (Eno y Cale, qué pronto se dice). Y lo que te rondaré, morena… 

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