OK y’all, go start your own band

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Big Boys fueron una banda de Austin que a principios de los ochenta se les ocurrió juntar las tres cosas que más les gustaban, patinar, tocar en una banda y el funk. Durante tres discos le dieron mil vueltas a la formula y durante su existencia, dieron conciertos que hoy dia son objeto de leyenda.

Durante el penúltimo festival Serie B, encabezando el cartel del sábado, había un grupo que tenía muchas ganas de ver, The Monkeywrench, banda formada por dos miembros de una de mis bandas favoritas de siempre, Mudhoney. Cuando llega la hora, veo salir, con la anticipación de una quinceañera, a Mark Arm y a Steve Turner. Tras ellos aparece un tipo calvo, vestido con un traje gris y corbata a juego. Tiene toda la pinta de acabar de salir de trabajar, y sin tiempo siquiera para quitarse la ropa que usa para ir a la oficina, le han colgado una guitarra, le han dicho ‘por esa puerta y luego a la derecha’ y ahí está, con cara del que no sabe muy bien qué o por qué. Como podéis imaginar, esto fue una impresión que dura justo hasta que atina a enchufar el extremo del cable que cuelga de su guitarra al agujero de entrada del amplificador. En ese momento, como si la electricidad le hubiera sacudido el esqueleto, el gesto de la cara le cambia. Una sonrisa le ocupa toda la cara, empieza a saltar y de la guitarra salen sonidos sin descanso, sonidos que parece estuvieran dentro de la guitarra luchando por salir, esperando a este momento. La transformación continúa, el tipo mira alrededor, sigue sin parar de moverse, parece como si la guitarra le quemara, los sonidos luchan por salir y él no va poder contener ese torrente mucho más. Dos golpes de batería y efectivamente, ya no hay vuelta atrás, se abre la exclusa, guitarrazos y feedback inundan la sala, Mark Arm se encarama al borde del escenario y el oficinista no para de liarla, brincando, bailando, con su eterna sonrisa, pura energía positiva. Poco después de que acabara el concierto, me enteré que el nombre del oficinista era Tim Kerr.

Cinco años más tarde, Chingaleros sacan su segundo disco, “Release The Apes” y en él, un poco antes de acabar la cara be, truena “Baby Let’s Play God”, canción que desde la primera escucha atrae mi atención. Mirando en los créditos del disco, vi que el tema era de Tim Kerr, lo cual me hizo atar cabos e inmediatamente ponerme a buscar algún disco de Big Boys. No mucho tiempo después me hice con “Wreck Collection”, doble recopilatorio que confirmó todas mis sospechas sobre la banda y que me puso por primera vez en contacto, no solo con la música de Big Boys, sino también con toda su imaginería y despliegue visual.

Estos fueron fue mis primeros encuentros con Tim Kerr, patinetero, pintor, escultor, productor, compositor y guitarrista de los Big Boys, probablemente una de las bandas más singulares e interesantes de principio de los años ochenta del siglo pasado.

Y precisamente porque uno sigue anclado en el siglo pasado, he pensado que la mejor manera de empezar un artículo sobre una banda es documentarse. Y como tampoco vamos a ignorar las ventajas de la tecnología, voy a Wikipedia, y mientras leo eso tan manido de ‘inventores del skate punk’, se me quitan un poco las ganas de documentarme. Pero venirse abajo al primer contratiempo es de pusilánimes; sigo leyendo.

Los Big Boys fueron una banda de cuatro chavales de Austin, ciudad cercana a Dallas, en el estado de Texas. Su amistad se forjó mucho antes de la formación de la banda, dándole al patinete, deporte que por aquel entonces era más bien algo asociado a la marginalidad. Los cuatro inadaptados que patinan en Austin forman una especie de comunidad y ese sentimiento de fiesta comunal lo quieren llevar los Big Boys a sus conciertos, que desde el principio se convierten en fiestas, con gente invadiendo el escenario (invitados por un Biscuit -cantante de la banda- ataviado con una falda de bailarina y botas de vaquero), algo que muy habitualmente acaba como el rosario de la aurora con peleas de comida, bailes rotos y cánticos sucnor. Caos y fiesta, what’s not to like?

Disfraces y gente en el escenario solo eran parte de su manera de entender un concierto y la música. Big Boys crecen como banda a principio de los ochentas, época bastante oscura para la música. Las grandes compañías habían encontrado la fórmula para llenarse los bolsillos lo antes posible, la técnica del pelotazo, exprimir al artista hasta que deja de dar ganancias y a por el siguiente, lo inmediato, lo impactante, la tecnología vistosa y efectista, sus principales armas. La contracorriente eran las bandas de hardcore punk. A finales de los setenta el punk ha sido absorbido por la espiral comercial y cualquiera se puede comprar unos imperdibles en unos grandes almacenes. Unos cuantos punks se niegan a entrar en la rueda y se agarran aún con más fuerza a su manera de entender la música (hardcore). En el entorno de Austin, bandas como The Dicks o Butthole Surfers siguen esa senda y los Big Boys rápidamente se unen a la fiesta. Pero (siempre hay un pero) Big Boys no son como las demás bandas de hc punk. De hecho, ellos no entran ni en la definición menos escolástica de punk. A los Big Boys lo que le gusta es escuchar funk mientras patinan y como buenos patinetos, la ética del háztelo tú mismo es la máxima que rige todo lo que hacen. Junta ambas cosas y te salen los Big Boys, funk entendido a su manera, tocado como pueden y como les sale. Al final les sale algo único, que no se puede englobar en ningún movimiento concreto, si bien su afinidad por hacer las cosas cómo les dé la gana les pone muy cerca de sus amigos jarcorpunquistas, aunque la relación tiene sus tensiones dado el marcado carácter macho-a-tope-de-testosterona que la escena hardcore punk estaba tomando y el abierto rechazo de Big Boys a cualquier elemento que coarte su libertad para hacer cosas. El orondo Biscuit con mono de lycra fucsia y peluca no es precisamente el epítome de lo masculino, lo cual les traerá más de un problema, como el famoso incidente con los Bad Brains, banda surgida entre las escenas de Washington y Nueva York que, muy influídos por la cultura rastafari más recalcitrante, creían que los homosexuales eran pecadores que acabarían ardiendo en el infierno; y así se lo hicieron saber a los Big Boys por escrito. Pero a pesar de todos estos contratiempos, nunca dejaron de hacer lo que en cada momento les pareció bien. De hecho, Big Boys no solo siguieron su propio camino, sino que fueron influencia para la mayoría de bandas de fuera que pasaron por Austin por esa época. Cuando Minor Threat fueron a Austin por primera vez Big Boys abrieron para ellos. Quedaron tan abrumados por lo que vieron (según el propio MacKaye, ‘más de 200 amigos de la banda cubiertos de restos de comida, cantando y bailando en el escenario’) que cuando volvieron a Austin por segunda vez, pidieron que fuera al revés y ellos fueron los teloneros.

Otro aspecto a tener en cuenta y que va de la mano con el espíritu diy y el punk, es su afinidad y atención al aspecto visual de la banda. Biscuit y Kerr eran estudiantes de la escuela de arte en Austin y eso se nota. La mayoría de portadas y flyers los hacían ellos mismos y todo el universo visual de Big Boys tiene un carácter bastante propio e identificable.

Toda esta idiosincrasia y todos estos problemas, como es lógico, se ven reflejados en su discografía. Su primer disco sale a la luz en 1981 y se titula “Industry Standard/Where’s My Towel?”. Desde la primera nota queda claro que el corsé hardcore punk se les queda pequeño. Abren con “Security” y en 52 segundos se curran su carta de presentación: batería a ritmo frenético, bajo funkeando de arriba abajo y un tipo de voz quebrada chilla a todo lo que le da: “Got a job/Got a house” mientras los demás contestan en los coros, y con cuatro frases describen el sentimiento de seguridad que encontramos en cosas diversas que necesitamos tener para sentirnos seguros, un trabajo, una casa, una pistola, una alarma. Antes de que te des cuenta, la cosa ha acabado al grito de “I got me!!”. La guitarra de Kerr en este primer disco suena limpia y afilada, ni un pedal entre la guitarra y su maltrecho amplificador. Golpes cortos y rápidos que se entremezclan perfectamente con el bajo que toca Chris Gates de una manera bastante particular, sin apenas graves y tocado muy arriba en el mástil. El resultado no tiene nada que ver con lo que estaban publicando los grupos con los que tocaban, ni falta que hace. En “TV” describen la estupidez humana, siempre pegados a una pantalla; entonces una televisión, hoy un teléfono (“You don’t notice nothing else /Except that box that’s on your shelf”).“I Don’t Wanna Dance” describe con sarcasmo el estereotipo del roquero serio que va a los conciertos y no se mueve ni con una palanca: “I’m so chic/I’m so neat/I don’t wanna dance/But you can”. Todo esto a velocidad de vértigo y un ritmo sincopado parte caderas. De hecho, no es hasta “Advice”, la última canción de la cara a, que no hacen algo parecido a lo que entendemos como hardcore punk. Una nota para el audiófilo más recalcitrante: el disco lo masterizó Kevin Grey.

Su segundo larga duración se titula “Lullabies Help The Brain Grow” y supone un paso adelante (o en la dirección que sea, pero un paso) respecto al primero. Cambian de productor, Spot (productor de, entre otros, Black Flag) toma el mando y el sonido de la banda lo nota. Tim Kerr le ha subido la ganancia al ampli y añade el feedback a su repertorio. Arrancan con “We Got Your Money”, un medio tiempo a caballo entre el hardcoral y el pop fiestero. Buena opción para abrir el disco y descolocar al personal (otra vez más). Una vez lo tienes confundido, zas, garrotazo de menos de un minuto a velocidad de vértigo (“Lesson”) y antes de que te des cuenta de lo que está pasando, ya estás saltando como un loco con “Funk Off” funk deportivo donde por primera vez hacen gala de unos vientos que le añaden fiesta a la fiesta, aunque de fondo, no todo lo que reluce es oro (“We’re all free to do the things the man wants us to do/Push too hard, they’ll take your car and what belongs to you”). En este disco el hardcorismo toma algo más de protagonismo y  “I’m Sorry” y “We’re Not In it To Lose” son buena prueba de ello. La cara A la cierran con “Fight Back”, hardcoral del que me gusta, empieza lento y a la deriva, hasta que dos golpes de caja ponen a todos firmes y ahí van, a toda mecha hasta que la canción vuelve a ralentizarse por unos momentos, como para coger aire, y acabar con un disparo. Bueno, un disparo y una trompeta desafinada. Como para que no se nos olvide que han metido vientos.

La cara be abre también con una patada en los dientes y antes de que te des cuenta de lo que ha pasado, funkazo en la barbilla y a bailar con “Jump The Fence”. “Manipulation” se sale un poco del duo hardcore-funk y suena siniestra y reptante. Bajo y batería se enredan formando una tela de araña por la que (creo) Tim Kerr habla de algo por desgracia atemporal (“Manipulation/It’s always in the news/Manipulation/It always seems to cause the news”) El disco se cierra con “Baby, Let’s Play God”: “Baby, let’s play god/You do everything I say/And if you’re really nice to me/I might let you be the pope someday.”

El tercer disco, “No Matter How Long The Line Is At The Cafeteria, Theres Always A Seat!”,  tiene para mí un sabor agridulce, ya que es el último y el pone punto final a una banda formada sobre una base de amistad. Es todavía un disco de los que dan envidia, pero igual algo menos que los anteriores. Me parece que Biscuit no andaba con muchas ganas por esa época y se le oye menos en el disco. El contenido en principio no es muy diferente que el de Lullabies, hardcore y funk con vientos, pero sus intentos de seguir investigando, de mano del amago de hip hop con el que abren la cara be, yo creo que no acaban de funcionar. Aunque solo el hecho de que un grupo de blanquitos de la escena hardcore del sur de los Estados Unidos se animen a meter sonidos rotos, con su MC y toda la pesca en un disco, tiene su mérito.

Pero antes de llegar ahí, una línea sobre la cara a. Abren dos hardcoreos cortos y al mentón para pasar sin más contemplaciones al funkeo con vientos. Pero el temazo de este disco es el que cierra la cara A, “What’s The Word” y su mítica línea “Daaaaaance…/ Life is just a party!”.

La cara be abre, como decía antes, con “Common Beat”, para mí, más que una canción es una manera de posicionarse, una manera de mostrar que hacían lo que les daba la gana con sus discos, lo cual no puedo apoyar más. Pero la canción no es su mejor intento. A continuación, “No Love” cae como un refrescante jarro de agua en toda la cara.

No sé, igual me adelanté cuando dije que la mejor canción de este disco era What’s The Word”. Cuando llega “Which Way To Go”, no tengo más remedio que cambiar de opinión… hasta que vuelva a dar la vuelta al disco, claro.

El disco lo cierran «Killing Time» y su ritmo sincopado y repetitivo, «It’s killing me/It’s killing time» repite Biscuit una y otra vez y «Work», medio tiempo punteado por esa linea de guitarra chiclosa de Kerr. 

Creo que también me estoy arrepintiendo de lo que escribí más arriba, cuando decía que este disco es el más flojo de los tres. Igual si le quitas “Common Beat”, es su mejor… hasta que vuelva a poner el de la toalla. O Lullabies, tampoco es que importe mucho. 

Los tres discos han sido reeditados recientemente, con portada doble y mil inserts, con flyers, fotos inéditas y letras de las canciones. Y si te gusta lo que oyes, ya sabes, «Go start your own band». 

4 comentarios en «OK y’all, go start your own band»

  1. Tienen sus canciones, pero no me apasionan… Por cierto, no pueod postear en el foro, no me sale el cursor en el mensaje,,, ¿Ha alguién más le ocurre?. Lo puede mirar alguién, algún admin. o algo. gracias.

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