Yo hice llorar a un adolescente con una Doble Nelson a 56 kbps mientras Stiv Bators miraba

wrestling 03

Hoy en día lo sabemos todo. El anteayer que viene siendo hace unos 30 años no sabíamos nada. Y entre medias hubo un ayer en el que nos divertimos muchísimo, alucinados, descubriendo el conocimiento pendiente, todo a nuestro alcance, haciendo el ridículo por amasarlo en nuestras cabecitas y en nuestros discos duros. Así transicionamos a la era digital: con todo. Y era gratis. «¡A ver si va a venir la policía!». Eso lo decía mi madre, apenas audible desde lo más profundo de la brecha -hecha barranco- digital, mientras yo trasegaba cedeles y descargas con la bandera pirata enarbolada.

Si dejamos a mi madre en segundo plano podrán ver a mi yo tardonoventero sentado ante el ordenador, en mi habitación de la casa familiar. El elemento que hace singular la escena es ese cable de tres metros que conecta el puerto de la línea telefónica con el pc. Todos lo hemos hecho: magia a 56 kbps. Porno al ralentí, chats latinos… y también las primeras descargas vía P2P, metiendo horas para conseguir una sola canción, un mp3 de peso mísero. ¿Cuál fue la primera? No lo recuerdo. Hubo muchas: el «Blue train station» que me descubrió a unos Cynics que no me gustaron, el «I had too much to dream» de los Electric Prunes, el «So what» con el que me animé a regalar un par de días de mi vida para hacerme un compilado casero de Miles Davis, sólo por irme de guay por supuesto… Cayó de todo en mi disco duro, a chorro. Y la fiesta continuaba en el colegio mayor donde dejaba caer mis huesecillos durante mi etapa universitaria.

Allí no había cables, pero la velocidad era la propia de la época. A mayores sólo había un ordenador conectado a la red para casi dos centenares de chavales. Eso obligaba a hacer turnos, por lista, para saciar nuestra sed binaria. Precisamente la sed, otro tipo de sed, era lo que había que sacrificar si uno quería gozar de más horas para sí enchufado al novedoso mundo virtual. Las noches de los miércoles y jueves la inmensa mayoría de los colegiales salíamos desbocados a cargarnos de alcohol y lo que fuese pero, si uno resistía la tentación y se quedaba en la residencia, el ordenador era todo para él. En esas solitarias noches, a modo del «From midnight to six» de los Pretty Things, alimentado de café y tabaco y armado con una lista manuscrita de discos pendientes, me entregaba al fantabuloso mundo de la descarga. Un ejercicio lento, eterno, en el que sólo la ilusión por la aparición de un nuevo archivo mp3 en el escritorio compensaba el bostezo continuo.

Un formato de lo más atractivo que te chupaba más vida que un vampiro

No recuerdo muy bien el nombre del programa P2P que usábamos entonces: ¿Napster? ¿Kazaa? Es lo de menos. A modo de explicación cuñadista: creo que funcionaba a través de «seeds» o algo así, la búsqueda localizaba archivos volcados en otros discos duros por todo el mundo y acometía una especie de descarga por tramos. La mayoría de las noches las acababas agotado, con un saldo de cuatro o cinco o diez canciones descargadas… si todo iba bien. Porque también te la podían meter doblada: un amigo le bajó a su madre un «My fair lady» que ocultaba una hardcorísima hora y media de porno gay, una broma muy recurrente en la época y que supongo sigue vigente porque el ser humano es extraordinario y muy original, ya saben.

Uno de los objetos de deseo anotados en mi listado eran los dos discos de los Dead Boys. ¿Saben ustedes cuántos discos vendieron los Dead Boys en su día? Apenas un millar de cada uno de sus dos álbumes. Luego vino el mito, pero el mito sin discos es aire. Y el aire es muy difícil de localizar y mucho más difícil de descargar por internet. Las pasé putas para ir reuniendo y guardando en una carpetilla la veintena de tonadillas de Stiv Bators y sus compinches. Y es que a lo arriba comentado de la escasez de proveedores añádanle el hándicap de encontrarlos despiertos, por culpa de la variedad de franjas horarias y de que antes la gente apagaba sus ordenadores. Por suerte, para amenizar las esperas el programa disponía de un chat incorporado con el que podían interactuar proveedores y beneficiarios de los ansiados mp3. Mediada una noche, cuando ya apenas me quedaban tres o cuatro temas para conseguir mi objetivo, mientras se ultimaba una descarga saltó el aviso del chat: el usuario «blink182», titular de aquel aporte, quería hablar conmigo.

– ¿Qué pasa? -saludó.

– Pues por aquí, descargando tu música.

– ¿Te gusta el punk?

– Pues sí. Ya veo que a tí también, por el nombre.

– Sí, me molan Blink 182. También Green Day.

– No están mal, pero yo soy más del palo Ramones y punks más viejos.

– ¿Cuántos años tienes?

Le dije mi edad y él me contó que tenía 15 años, que era de un lugar cuyo nombre no recuerdo del «midwest» americano y que aquel día no había ido al instituto. Estaba aburrido en casa, chateando y viendo la tele.

– ¿Qué estás viendo? -le pregunté, por seguir la conversación.

– La lucha libre.

– ¿Te gusta la lucha libre?

– ¡Síiii! ¡Me flipa!

Macho King -antes Macho Man- y Sensational Sherri agitados ante las cámaras

En este punto les aclaro que a mí siempre me ha flipado también todo el show que se montaba en el wrestling clásico, ese que conocimos en España vía Pressing Catch, con los telenovelones de la WWF. Era un espectáculo mucho más coloristas que el actual, donde pervive el arte de la acrobacia y la finta, pero se perdió ese punto glitter con olor a sobaco, aceite barato y polvo urgente en autocaravanas. Hace unos años encontré una web dedicada a listar los fallecidos entre las estrellas de la lucha libre americana y la simple lectura era deprimente: mucho cáncer asociado a ingesta masiva de esteroides. Y no hace mucho me dediqué a matar aburrimientos vespertinos revisionando Wrestlemanias y Royal Rumbles a tuttipleni, recordando lo fan que era de Macho King y el Último Guerrero, los duelos de «máscara contra cabellera» de los mexicanos en Televisa, que estaba tan enamorado de Sensational Sherri como de Diana la de V y la alegría que me llevé cuando la Hart Foundation se pulió a los Demolition en la pugna por el cinto mundial por equipos. En fin, digamos que había encontrado un buen «partenaire» para conversar y matar el tedio.

– Yo recuerdo ver mucho el wrestling cuando tenía tu edad -le dije, animado por su entusiamo.

– Me encantan las peleas. Cuando puedo verlo en directo no me lo pierdo.

– Sí, es espectacular: los saltos que dan, las piruetas, las llaves, los golpes… ¡parecen de verdad!

– (… ) ¿Qué quieres decir?

Y aquí se acabó el buen rollo.

– ¿Perdona?

– ¿Que qué quieres decir con que parece de verdad?

– Pues eso, que para ser teatro está muy bien recreado.

– El wrestling no es teatro.

– Sí es teatro, son actores.

– Son luchadores. Se pegan.

– No, no se pegan. ¿No lo sabías?

– ¡La lucha libre es de verdad!

– ¡Eh, tranquilo! Si te fijas verás…

– ¡Cállate! ¡Sí que se pegan!

Obviamente había metido la pata. En ese momento entró en el chat un moderador y preguntó qué estaba pasando. El mal rollo del chaval debia estar haciendo vibrar el cable gordo que conectaba ambos continentes.

– ¿Hey, qué pasa aquí? -preguntó el moderador.

– No, nada, que «blink182» se ha enfadado por decirle que el wrestling es de mentira.

– ¡No es mentira! ¡No es teatro! -contestaba airado el interpelado adolescente.

Y el moderador, entonces, debió pensar que más que interceder y poner paz lo que le pedía el cuerpo era hacerse un «los Reyes Magos son los padres». Y se metió hasta el fondo:

– Sí que es teatro, fingen que se pegan -soltó, así sin más, sin que nadie se lo pidiese.

Y pasó lo que tenía que pasar:

– FUCK YOU!!!!!

Adiós chat. Adiós conexión. Adiós descarga. Adiós Dead Boys.

pd.: como colofón les comentaré que la carpeta con el resto del cancionero de los golfos apandadores del CBGB fue borrada un par de días después por algún desgraciado y que eso no le importó una mierda a nadie -«uno de esos discos raros del Choni»-, así que me reintegré buenamente a los saludables hábitos universitarios del alcohol -mucho-, las drogas -menos- y el sexo -menos aún-.

10 comentarios en «Yo hice llorar a un adolescente con una Doble Nelson a 56 kbps mientras Stiv Bators miraba»

  1. Aquí uno que tiraba con un modem de 28 antes de pasar al de 56. Cuantas horas pa bajar un disco…

    A mi el que me gustaba, que era diferente al resto, era el audiogalaxy, que creo recordar que fue justo después de Napster. Me daba por Zappa y bajaba todo lo que encontraba por delante, que era una barbaridad. Curiosamente, encontraba más de Zappa que de grupos infinitamente más conocidos. Años después, me dijo un amigo que en los albores del P2P, Zappa era lo que más había en cuanto a música compartida porque «era música de matemáticos e informáticos y de aquella eran mayoría los que accedían a las redes». Nunca pude comprobar que fuese así pero quiero pensar que es cierto.

    Ejem, y bueno, eh, ummm, yo también quise creer con el pressing catch una temporadita…

    1. Audiogalaxy era la caña. La verdad es que no recuerdo nada de ello, ni qué lo hacía diferente, pero sí que recuerdo que me gustaba más que cualquier otro programa de esos. Incluido el sobrevaloradísimo soulseek, el bitel de los programas P2P.

  2. qué recuerdos, el napster y las largas esperas para bajar una canción o un video de medio minuto. pero cuando lo tenías, menudo subidón! en mi casa solo había una entrada de teléfono y tenía que esperar al visto bueno de mis padres para sacar el cable del teléfono y poner el del ordenador sin perder un minuto, porque al rato alguien me iba a pedir que me desconectara porque tenía que usar el teléfono o esperaba alguna llamada.

    1. mi padre siempre esperaba una llamada muy especial la noche de navidad, un amigo con el que hablaba una vez al año, siempre esa noche, cada año, una tradición sacrosanta casi… y yo tenía el cable puesto y… feliz navidad!!!! para haberme desheredado como mínimo 🙁

  3. Ay, los primeros pasos de Internet, casi hasta le entra a uno la nostalgia digital… Todavía hoy me acuerdo de la primera búsqueda que hice en mi vida, en el ordenador de mi padre. Syd Barrett (*). No daba crédito que pudiese tener, tan a mano, todos esos miles de páginas!

    De descargar también tuve una temporada. Cuando empecé a viajar por curro, y tal, me hice con un iPod y, claro, había que llenarlo. Y todavía lo tengo en el coche, permanentemente conectado. Del 2004 y ahí sigue, aguantando como un titán. Dentro de poco empezará a considerarse una antigüedad.

    (*) porque estaba él supervisando, eh! que si no, vaya usted a saber qué otra búsqueda hubiese hecho…

    1. Eso de buscar a Syd Barrett así de primeras me recuerda que antes del «So what» de Miles Davis busqué y descargué el «So what» de los Anti Nowhere League, jajaja!

      Elemento portable en casa sólo tuvo/tiene mi señora: un mp4 con el que se aprendió de memoria camino del curro el disco de Radio Océano… siempre me hizo mucha gracia que una chica de Barcelona lo flipase con ese grupo y se supiese de memoria las canciones mucho antes de la fiebre nostálgica… eso sí costó encontrarlo y descargarlo… ahora ya será coser y cantar imagino.

      1. A mí lo que me costó encontrar fue el disco, que no me lo pillé de joven y luego me las vi y me las deseé para encontrarlo a buen precio. Al final me hice con él junto con otros cuantos elepés de mandanga española, y tuve buen margen para negociar el precio del montante… Tenía la espina clavada y bien clavada!

        ¡Estoy de Michael Jackson hasta los huevos!

        Lo de la barcelonesa flipándolo con Radio Océano, pues sí, como para que no le haga a usted gracia. No la deje escapar, no creo que abunden. Pero, no fotem, la «fiebre nostálgica» de Radio Océano de la que usted habla, es una entelequia. No existe. Vale que Subterfuge sacó un disquito de rarezas, pero de ahí a fiebre nostálgica, hay un trecho.

        1. Tiene usted razón que era más runrun que fiebre y dentro del ámbito rockerito, pero nos tuvo entretenidos a muchos mendigando emepetreses durante un par de años mientras el plástico no bajaba de 60 euros en tiendas de aquí y de la China Popular. El disquito de Subterfuge me decepcionó por tramposo -el elepé está incompleto y parcheado-, le tengo mucho más aprecio a mi recopilatorio casero (si hasta utilicé papel gordecho para las portadas, jajaja!) o al singuelo que sacaron los de Pantera e Iribarne.

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