La nostalgia, la añoranza y la melancolía son aflicciones estériles propias de mentes débiles y totalmente ajenas a mi proceder estoico y funcional. Ese tipo de fútiles pensamientos ni siquiera me los planteo, mi sabia y pragmática naturaleza me lo impide. Si bien, tengo que reconocer que, en lo más profundo de mi interior, durante el último año he sentido dentro de mí un vacío cuyo hallazgo ha llegado incluso a turbarme. Quizás sea eso que vosotros vagamente llamáis sentimientos. Esta extraña desdicha vino dada por la aceptación del fin de un ciclo vital: mi vida en Madrid.
El olor a viejo del apartamento en la calle Ibiza, los paseos nocturnos por el tejado de la buhardilla, tumbarme al sol bajo el cuadro de luz que se filtra por la ventana… Todos esos vanos recuerdos me han causado una pequeña merma en mi otrora incólume fortaleza. Hasta ahora.
Cuando conocí a Fifí esos recuerdos se difuminaron. Me los sacudí como haría con una maldita pulga agarrada a mi pescuezo. Deberíais conocer a Fifí y entonces me comprenderíais. Nunca en mi vida he olido un aroma más suave y delicado que el que desprende su esbelto trasero. Qué ambrosía. Quién pudiese libar su dulce néctar. Fifí pasea por la terraza de su apartamento su atlético cuerpo cubierto por una frondosa capa de pelo reluciente y níveo. Su paso es seguro y decidido, su gesto sereno y el brillo en sus ojos ambarinos detiene la respiración del afortunado que se la cruce. Su cabecita es pequeña y perfectamente proporcionada coronada por unas orejitas ribeteadas en azabache que contrastan con su interior velloso y rosáceo. En el centro de su rostro se encuentra su simpática y erógena naricilla y de ahí parten unos larguísimos y plateados bigotes que apuntan hacia los lados trazando arcos paralelos de geometría cartesiana. Sus patas, esbeltas y perfectamente torneadas, terminan en unas graciosísimas almohadillas que se lame con recato cuando piensa que nadie la ve. Pero yo la veo. Todos los días. En las noches despejadas, cuando su servidumbre duerme, ella sale a la terraza a contemplar la luna. Yo, desde el piso de arriba, me subo al balcón y me asomo sobre la barandilla inclinando la cabeza hacia el vacío para poder contemplarla, aun a sabiendas de que un error de cálculo podría ser mortal. Así me paso las noches. Acompañado de la tibia brisa de verano, observo a Fifí.
Antonio no se ha dado cuenta. Y eso que yo antes dormía a sus pies y ahora no me retiro hasta después de que Fifí lo haga. En cualquier caso, Antonio no es una persona diestra en labores de observación, al menos, de los actos cotidianos y prosaicos que conforman el día a día. El mundo podría derrumbarse a su alrededor y él no se daría cuenta. Yo, en cambio, incluso trastornado y falto de sueño por mi nueva conducta voyeur, he apreciado rápidamente su nuevo estado de ánimo. Su pulso acelerado, el aumento inusitado de su sudoración o esos horribles suspiros lánguidos que despide al caer la noche, son solo algunas de las muestras que anuncian a bombo y platillo que, utilizando vuestros abstractos términos, se ha enamorado. Habría que ser ciego y sordo para no darse cuenta y aun así sería difícil no hacerlo.
Cuando Sara se fue Antonio cambió. Se volvió más reservado y taciturno. Últimamente, parecía ligeramente recuperado, pero, a finales del año pasado comenzó de nuevo a mantener un comportamiento errático y un tanto extraño. Duerme muy poco, apenas come. Su rostro ha palidecido y unas ojeras han empezado a surcar sus ojos confiriéndole un aire lúgubre a su ya habitual semblante cetrino. Al mismo tiempo, de forma obsesiva, ha retomado su pasión por la música y por sus discos, esos objetos de plástico inútiles e inanimados a los que trata con un mimo propio al de unos cachorros lactantes.
En enero reorganizó su colección alterando la debida paz y el orden necesario para mi tranquilidad y estabilidad emocional, la cual se rige por unos patrones espaciales que fueron gravemente perjudicados. Se pasó dos semanas moviendo cajas arriba y abajo con el fin de lo que él llamó “abolir géneros en función de un escrupuloso orden alfabético por apellido”. No quise cebarme en exceso, pero fiel a mis principios y mis instintos felinos mordisqueé algunos ejemplares como muestra manifiesta de mi disconformidad.
En febrero se arrepintió el día que encontró un disco de Neil Young al lado de uno de Paul Young. Este último había sido de Sara y aunque no se quería deshacer de él, sentía que su roce mancillaba a los ejemplares adyacentes. Finalmente decidió colocar a toda la colección fundas de plástico con la intención de que una capa de polietileno salvaguardase el honor de los intérpretes damnificados por unos vecinos que presuntamente no estaban a la altura. Por aquel entonces Fifí se acababa de mudar abajo y yo tenía mejores cosas que hacer por lo que le dejé hacer a sus anchas. Como gesto de buena voluntad y benevolencia solo le rayé un box de apetitoso cartón satinado demasiado grande para ser forrado y por tanto para protegerlo de mis afiladas garras.
En marzo decidió que 400 galgas de plástico no eran suficiente obstáculo y de nuevo reorganizó la colección por géneros. Con ímpetu febril recuperó las clasificaciones originales. Durante todo este tiempo solo salió de casa para comprar víveres. A día de hoy su alimentación no dista mucho de la mía.
En abril, tras un pequeño incidente, cambió las agujas de las cápsulas fonocaptoras y en mayo procedió a limpiar todos sus discos meticulosamente con una solución de jabón neutro y agua tibia. En junio tenía el cableado listo para cambiar, pero todo se abortó cuando Mar se presentó en casa.
Llovía fuerte y o no había traído paraguas o se lo había dejado en el coche. Se había perdido buscando el apartamento y venía empapada. Era la primera vez que lo visitaba. Salté a una estantería de las de arriba, mi preferida por su visión panorámica, concretamente la que recogía los discos entre la MO y NA, ese lugar donde tres meses atrás Mozart compartía hueco con Roxy Music. Desde aquí podría contemplar la escena de forma privilegiada gracias al ángulo cenital.
– Pasa. Estás empapada. Te traigo una toalla.
– No puedo quedarme mucho tiempo.
– ¿Quieres tomar algo?
Mar se encogió de hombros y asintió. Tenía unos cuarenta y cinco años. Pese a no tener vello en la cara era atractiva sin parecerse a Sara. Sus ojos se movían inquietos en todas las direcciones sin detenerse en ningún punto. Su mirada era triste y denotaba preocupación.
– Cualquier cosa. Lo que tú.
Pasó adentro y cogió la toalla que le tendía Antonio. Mar desprendía unos dulces aromas naturales a mantequilla, brioche y a frutos silvestres que permanecían casi sepultados bajo el perfume con el que se había rociado el cuello donde predominaban notas de rosa y sándalo sobre un manto de jazmín. Con la fricción de la toalla los olores se intensificaron. Se sentó en el sofá y entonces advirtió mi presencia. Me contempló con aire tierno y dubitativo.
– Por fin conozco a Monk. ¿Por qué lo llamas así?
– ¿Cómo sino? –contestó mientras abría una cerveza y se la pasaba a Mar.
Permanecí inmóvil clavando la mirada en sus ojos con el fin de demostrar mi incuestionable pero magnánima autoridad. Mar giró la cabeza hacia Antonio con gesto interrogante.
– Bueno. Me recuerda a Thelonious Monk. Es genial, un tanto enigmático, se expresa de forma parca pero precisa, vive encerrado en su mundo y es negro. No podría llamarse de otra manera.
– ¿Y tú? ¿No deberías entonces llamarte también Monk?
– Yo no soy negro.
Mar respiró hondo.
-Antonio, ¿qué quieres de mí?
Dio un trago largo a la cerveza y Mar hizo lo mismo sin apartar los ojos de él.
-Me gustas. Siempre me has gustado. No puedo evitarlo.
El diálogo inane me estaba aburriendo terriblemente. Si tuviese yo a Fifí a mi alcance no perdería el tiempo con fruslerías. Lancé un maullido de insatisfacción. Mar levantó la vista y me volvió a mirar. Antonio aprovechó el despiste y se abalanzó sobre ella besándola torpemente.
-No. Aquí no. Me incomoda el gato. No deja de mirarme.
-Eso es que le gustas.
Antes de que prosiguiesen su desafortunada conversación me levanté y me fui a la terraza. Había parado de llover y estaba saliendo el sol por lo que era factible que surgiese un maravilloso olor a petricor que atrajese a Fifí. Tras una hora de infructuosa espera, sin Fifí y sin petricor, me dirigí enfadado a mi dormitorio que se encontraba ocupado por el huésped habitual acompañado de su amante. Sin llegar a entrar me senté bajo el quicio de la puerta.
– ¿Estás bien?
Mar se desperezó y al hacerlo la sábana resbaló suavemente sobre ella dejando entrever su cuerpo sin ropa. Me vio y sin importarle su desnudez tensó brazos y piernas, dobló los dedos de sus pies hacia dentro, los empeines hacia delante, cerró los puños y estirando todas las extremidades dijo:
– Nunca me he sentido tan libre en mi puta vida.
Un abanico de olores flotaba en la habitación.
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-Sexo, cocina y cintas de vídeo: Risotto de oricios
El sesenta por ciento de mis obsesiones lo conforman el cine, la música y la cocina. El otro sesenta mi pasión por las matemáticas.
cómo mola monk!! y además de buena gente (deja a todo el mundo vivir en su casa), es un gran narrador.
y muy chulas las fotos, aunque el video es insuperable.
Sí, el vídeo será insuperable pero pobre Antonio que siempre ha sido un defensor de los platos «descapotables» y ahora ha tenido que cambiar de opinión a la fuerza!
Monk, nuestro nuevo ejemplo a seguir.
Bien por Mar!
¡Está desatada. ¡DESATADA!
vamooooooooos! si es que estaban que se follaban encima home!!!!
lo del vídeo es brutal… pero mis dieses al montaje de tom verlaine… es tuyo?
Los montajes de Verlaine y Hazlewood y el resto de las fotos son, ejem, de Antonio, sí…
Despollante como siempre , pero con Las fotos te hás superado jajajaja ..me despollo.
Gracias Disorderity. Si te soy sincero la idea era petarlo de portadas de discos con gatos pero en el último momento decidí tirar de fondo de armario gatuno.
Muy bueno. Buenísimo. Como siempre.
Mi favorito es el pasaje de la organización musical. Que si ahora ordeno por géneros, que si ahora por orden alfabético. Que si soy fundista de 400 galgas, que si solución de jabón neutro y agua tibia…
jajaja, me he despollado imaginándole a usted, Manitoba, repasando los topics de turno del SHF, en busca de chaladuras para incluir en el relato.
Pero en la foto del final faltan Bootleg Series, eh! Se los ha comido Monk o qué? Bueno…
Gracias Inside. Tristemente no me hace falta buscar ideas en SHF, ya estoy yo bastante jodido con mis sucias movidas. Particularmente, soy un alfabetista arrepentido, pero a diferencia de Antonio, todavía no he vuelto a los géneros. Lo cambié en su día porque tenía más clasificaciones que una tienda de discos y no paraba de encontrar defectos y contradicciones. Al final dejé solo Jazz por un lado y el resto por otro. Gran cagada. Ahora, si me quiero hacer una sesión de power pop tengo que ir de memoria cuando antes era solo mirar solapas. Muy mal.
De las BT me faltan las Witmark Demos que no tengo ningún interés en hacerme con ellas y el «Royal Albert Hall» que me regalaron en CD de la que salió y es la edición que he conservado. Le tengo cariño a esa copia y nunca me planteé pillarlo en formato noble. La foto tiene algún tiempo, primero las tenía todas juntas y según se me iba acabando el espacio las fui pasando arriba. Al final las tuve que quitar todas porque a mi gato también le gustaba mordisquearlas, la atracción por las BS debe ser algo común entre los mininos.
Difícilmente podría estar más de acuerdo con lo de la clasificación por géneros. Y precisamente por motivos como el que comenta, ¡si es que así las sesiones de género salen solas!
Los habituales del lugar se habrán percatado ya de mi proselitismo a este respecto…
El BS4 es un disco maravilloso, de los mejores BS si no el mejor, para mi gusto. Por circunstancias de la vida es, sin duda, al que más cariño guardo. Lástima que los precios de la edición en doble elepé estén disparados -y, con el más reciente The Real Royal Albert Hall 1966 Concert, pues como que la inversión ya no tiene tanto sentido. Yo tuve la suerte de pillarlo en su momento, pero si no me hubiese hecho con él, no tengo muy claro si me lo pillaría a estas alturas.
(aunque me conozco, y ese hueco me privaría del sueño noche sí, noche también)
Ay…que miedo me está dando como termine esto… ay, ay, ay…
Ya se que soy un agonías pero el TOC nunca termina bien.
¡Agorero!
Gatos, fotos chistosas, TOC vinilero… este artículo lo ha escrito un algoritmo para arrimar cebolleta en insta-gram.
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Memocionao.