El Instituto Geográfico Secreter presenta: el Nuevo Mapa Fonográfico y Emocional de Barcelona adaptado a las necesidades del siglo XXI (cara A)

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«Ciudad que apesta. Siempre llena de mierda», cantaba la muy forera Banda Muerta en «Barcelona», canción de su maqueta póstuma de 2017. La ciudad condal es hoy lo que siempre quiso ser: cosmopoli(LL)a y asquerosa. Es una capital wannabe de algo que no sabe concretar ni ella misma. En el fondo es mejor así, se hace querer. Es curioso que de tan moderna y urgente se ha olvidado de algo fundamental: actualizar su mapa sonoro. A la gente aún se le llena la boca de Serrat, Trogloditas y bolas de alcanfor con el siglo XXI a punto de devorar su primer cuarto. Le ponemos remedio:

Alberto Montero – Puerto Príncipe (2013)

Vivo en Congrés-Indians, uno de esos barrios de aluvión migrante que se desparraman a ambos lados de la Meridiana. Periferia Nord, poco que ofrecer. Tampoco memoria: son calles de referencias antillanas, pero durante años al indiano del cartel del bar le pusieron plumas. Las fiestas son en septiembre. El escenario lo montan en mi calle. Lo que desfila sobre sus tablas es democracia almodovariana sin cortapisa: bailes regionales desde Soria hasta México, pasos country a cargo de jubiladas, habaneras por un tubo, exhibición de poledancing de las chicas de la Chiqui Martí, bingos y teatrillos, orquestas que año tras año te meten «doble gota» de «Boig per tu» y «A quién le importa». Lo más entrañable y a la vez macabro es el premio al abuelo mayor del barrio: si el nombre cambia de un año para otro hay mal rollo, ya sabes la causa. Una mañana al salir de casa observamos que sobre el escenario había un chico ¡joven! armado con una guitarra acústica. Frente a él media docena de sus pares, barbados y con camisas de cuadros. Me llamó la atención y me gustó lo que escuché. Era Alberto Montero, vecino y folkista que decidió entrarle a los de la comisión de fiestas para que los indies tomasen por asalto la fiesta popular más popular, la que no sale en guías ni fanzines, por la que no pasan los niñitos del hardcore porque nuestro muermo no es tan guay como el de Sants o Grácia. La experiencia duró lo que dura un vermut, pero nos puso en tu mapa Alberto, al punto de que pusiste el nombre de tu calle a un disco. ¿Y al año siguiente, qué? Pues volvió a reinar el Carmaggedon de coches de choque, como debe ser.

Hidrogenesse x Single – No hay nada más triste (2016)

«No me digas que no hay nada más triste que lo tuyo. Hay miles de cosas en el mundo que son mucho peor. (…) Un turno de noche es mucho más triste». Cuando llegué a Barcelona empecé a trabajar en una agencia de detectives, donde la Gran Vía deja de ser de Barcelona y pasa a ser de L’Hospitalet. Allí conocí a una chica, muy maja. Me pidió mi teléfono, le di mi correo electrónico. Yo había huido de mi ciudad, no quería amigos. Pero nos caímos guay, en esa linde que separa a los buenos compañeros de curro de la amistad cuando uno marca distancia. Trabajábamos de administrativos, pero ella quería ejercer de detective. La infiltraron en una empresa de congelados del extrarradio «barceloní». Alguien mandaba emails anónimos a uno de los jefes contando confidencias sobre elementos conflictivos de la plantilla. La misión era averiguar quién era el autor de los correos. La metieron en la cadena de frío. Hizo turnos de tarde y de noche, al pie del cañón, currando «(…) en la cadena de montaje esperando la sirena. Con lo peor de Rubí contando sus miserias. No hay nada más triste (…)». A la vez intentaba llegar a la garganta profunda digital. Sin suerte. Llegaba a casa deprimida, con la espalda destrozada. La crisis obligó a cancelar el contrato. La agencia aprovechó la coyuntura para echarla. Fue fácil, no había relación laboral ya que, para encubrirla, le habían dado de baja a fin de que la contratase la empresa de congelados. Me llamó a la oficina y me pidió sus informes. Era la única forma de demostrar que había trabajado para nosotros. Hice una copia a escondidas y se la llevé a su casa. Me invitó a entrar. Hablamos de miserias durante 20 minutos y me despedí. No la volví a ver. Creo que se volvió al pueblo. Era de Begur, al norte, en Girona. Conozco Pals, justo al lado. Es un sitio muy bonito. No la echo de menos, pero me acuerdo de ella. La vida es una mierda y te jode. A veces tu lugar está en el origen. A veces la felicidad también, no donde tus sueños.

Pantocrator – Calatrava (2019)

«Pasar por Calatrava, ¡qué ansiedad! Miro tu ventana por si estás fumando en el balcón. Nunca pillo el metro en Clot». Cuando llega la primavera los mods del Clot se ponen guapos y toman su vermú. Les separan dos mesas, bastantes canas y unas cuantas arrugas de alguna moderna random. El viejo rocker de Hernán Cortés ya no vive ahí, aunque algunos le recuerden correteando de niño por la plaza del mercado. También hay quienes no beben en vaso porque prefieren el cartón. Hacen cola a unos centenares de metros, ante el albergue municipal. Lumpen, sintecho, abandonados de Dios que se mantienen en pie por un plato de sopa, un cigarrillo, una ducha y alguna palabra amable de la psiquiatra y las asistentes del centro. En la acera de enfrente todos pasan de largo de los dos bares donde puedes pedir una cerveza y problemas. Allí donde los dorsos de las manos lucen puntos azulados, cuentas de un rosario penal que suma los años que les robó un juez. Navas, Clot, Glóries. Paradas de la línea roja para quienes viven en calles que los taxistas no conocen o dicen no conocer. Clot-Aragó, parada del cercanías y entrada secreta a la zona negativa. A las cinco de la mañana sólo se oyen tus pasos. Un mendigo dormita en el banco más alejado de la entrada, para evitar las rondas de vigilantes. Una pareja de reenganche te enseña sus pupilas como eclipses. Tú bastante tienes con no boquear ansiedad. Podrías colgarte de uno de los inmensos fluorescentes, dirigir su luz fría y azulada, deprimente, enferma, a esos túneles donde te esperan ratas, herrumbre y suciedad de décadas.

La Estrella de David – Noches de blanco Satán (2018)

Uno de mis pequeños placeres es la vida contemplativa. Soy de los de mirar al techo o ver pasar a las chicas. Sobre esto último: soy un cisgénero heterosexual visibilizado hombre con una evidente tara patriarcal. Voyeur de banquito o terracita al que le alegra el día ver una nalgada morena por la Barceloneta. Precisamente allí, en uno de los rompeolas del paseo marítimo, me sentí Alfredo Landa por primera y única vez en mi vida. «Are you swedish?», preguntó una voz femenina a mis espaldas. Giré la cabeza y vi a una muchachita rubia, en sus veintialgos, guapa, delgada y, sí, sueca. Se llamaba Susan, estudiaba arquitectura y quería conocerme. La conversación, en inglés, lo que en la zona de las playas o el Born es más típico que hacerlo en catalán, duró un cuarto de hora. En ese tiempo la sueca más maravillosa que he conocido nunca pasó de considerarme atractivo y sanote a, simple y llanamente, imbécil. Erróneamente enfoqué la charla a hacerle ver que posiblemente pensaba que yo era sueco por mi tez pálida, levemente sonrosada por una larga y esforzada caminata previa, y porque mi origen estaba en el otro extremo de la península, donde los celtas camparon a sus anchas hace siglos. Y no sólo esto último es mentira, pues nací en Madrid, sino que a ella se la traía al pairo. Le daba igual mi nacionalidad, de haber creido que yo era sueco me lo hubiese preguntado directamente, en sueco: «Är du svensk?», según San Google. Ella quería follar y, al final, en la balanza de pros y contras mi dulce músculo de amor latino no le compensaba mi palique de psique desequilibrada. Se despidió apuradamente tras apuntar -o fingir que lo hacía- mi número de teléfono. Se hacía tarde o la estaban esperando o algo así. Nunca llamó. A veces pienso qué hubiera sido de mi vida de haber triunfado el amor verdadero. Pensar en una cena navideña en Estocolmo me produce una pereza infinita. Ese hartazgo inevitable a la tercera vez que explicas, sin éxito, el chiste de «Mis tetas». Esos suegros rígidos de trato, frígidos de corazones.

Delafé y las Flores Azules – La primavera (2010)

«Buenos días desde Barcelona. El sol brilla con fuerza». Gozo urbano. A algunos les excita el tráfico y el ritmo febril de las grandes vías. Otros prefieren el sosiego de lugares más recónditos, poco transitados. Los extremos se tocan. Caminar por el carrer de l’Encarnació o adyacentes de Grácia a las tres de la tarde, sentirse uno con el silencio y la nada de las ánimas de piedra, con el poso de soledad en esta ciudad en la que no le importas a nadie y eso es impagable, creedme. Cerca de allí, donde al olfato ya no llega la peste a meados, el péndulo alcanza el polo opuesto en el paseo de Sant Joan. Mi calle favorita de Barcelona, confieso, gracias al parque Güell. Aquel día que subí a lo más alto y vi la panorámica de la ciudad. Una maravilla geométrica, con el relajo que produce el trazado de Cerdá. Porque el Eixample es amable con aquellos a quienes lo obsesivo les pide paz. Imagínense a sus pies esa cuadrícula formada por islas urbanas donde se adivina el espacio de jardines, patios y aparcamientos, como un gigantesco juego de piezas encajables. Y se abre a tus ojos una línea recta que te pide ser recorrida, hasta llegar al mar. Desde allí lo puedes ver, con sus destellos como lentejuelas, reflejo del sol, besando la orilla de esas playas que se extienden infinitas de norte a sur. Con las torres Mapfre marcando una imaginaria línea de meta. Con el Arc de Triomf animándote a dar el paso, asegurándote que nada está tan lejos como la realidad te asegura. Y te lanzas. «La primavera ha llegado a la ciudad y no sabes lo bien que le sienta a papá». Aquel día atravesé la ciudad, desde «la creu» de la colonia Güell hasta los espigones de la Villa Olímpica, impulsado por el deseo incombustible de besar el mar. No es tanto, cinco kilómetros de confortable desnivel. Todos los días recorro esa distancia con los altos del Guinardó ejerciendo de Alpe d’Huez local. Pero aquel día fue especial, descubrí el gozo urbano de la ciudad condal, presente sobre todo en primavera. «Barcelona estás tan guapa, aunque huelas a cloaca. Eres mi corazón (…)».

Mujeres – A veces golpes (2020)

«Creía que jamás volvería a poder tener una ocasión de ver otro lugar que no fuese el mismo barrio de siempre. Las mismas caras, las mismas gentes. Enfermaré». Cuando la ciudad se muestra como lo que es. Cuando te sientes perdido, sea cual sea tu circunstancia, dejándote la goma de tus suelas en la piedra dura. Cuando eres consciente de que si hoy hay gozo mañana no es descartable el pozo. Cuando el agobio te llama desesperado a escapar, pero tardas más en llegar al aeropuerto de El Prat que lo que tardaría el avión en aterrizar en tu anhelado destino. No sé. No sabría decir si me siento culpable por haber estado a gusto durante parte del confinamiento, por no haber tenido que afrontar el cara a cara con otras personas. Vidas de hormigas. Me da igual dar dos pasos y encontrarme en Nou Barris, subir Fabra i Puig hasta esos bares de sobriedad castúa, donde un mendigo se para delante de tu mesa esperando hacerse incómodo, como una náusea humana, y extiende su mano negra por la roña, con uñas duras, afiladas y amarillentas esperando algo, esperando por tí, rechazando con desdén los dos trozos de pan que le das porque quiere tu plato entero. Quiere patatas bravas, esa tapa madrileña que para recalentarla bien de un día para otro hay que ser un maestro. Y me da igual, repito, dar dos pasos y desde la calle Bailén plantarte en el Eixample o en Gran de Grácia, en la parada de Fontana donde un negro de los que duerme en las naves industriales abandonadas del Poble Nou se te acerca embistiendo con el carro lleno de chatarras y te pide una limosna y tú, que de inicio se la niegas, te pones en plan compasivo y le ofreces la manzana que llevas de postre para comer en el curro y te quedas a cuadros cuando te la desprecia y te suelta: «¡cómete tu mierda, amigo!». Sí, es la misma ciudad, la de la parquedad emocional, la que casaba muy bien con el encierro radical, la misma que te regala brisa y sol o sombra cuando más los necesitas en la plaza del Diamant.

Las Ruinas – Cerveza, beer (2011)

El Raval tiene el encanto del típico barrio viejo portuario mediterráneo degradado con todo lo que conlleva ser el típico barrio viejo portuario mediterráneo degradado. «Aquesta nit voy a salir por las carrers del Raval (…) ¿Who is esa noia hermosa que viene por Joaquín Costa? Le invito a menjar un shawarma y em diu: ‘¡fifty euros, vamos a la cama!’. (…) por Sant Pau llego a la Rambla. Los guiris cantan (…)». Puedo confiar en quien está de paso y va por libre. Asimismo tengo muy poco respeto por los gilipollas que van de canallitas y merodean por Robadors y Sant Pau sin reconocer que el prójimo tiene derecho legítimo a apropiarse de su reloj, su móvil y su cartera. Esta gente es la que luego vuelve llorando al hotel donde se les ofrecía la experiencia de la Barcelona real y callejera. ¿Quieres enfangarte conmigo? Acompáñame a las seis de la mañana Rambla arriba desde las Drassanes, sigamos el rastro de alientos a ajo o a curry y busquemos a algún paqui que nos ofrezca follar. Un paqui. De cincuenta años. Cetrino, arrugado, con bigote. Follar. Con él. Pagando. Pagando tú. Sí, existe. Es real. Infraprostitución masculina. Y digámosle que no. Digámosle que «no, gracias». ¿Eso es ser decadente? No, decadente es pagar tres euros por un melocotón -sí, en singular- en la Boquería como pagué yo. Puedes leer a George Orwell, a Vittorio Giardino, a Montalbán o a Eduardo Mendoza y nunca superarás esto. «Oh shit! ¡Me ha caído un skater!». Y luego elige muerte, en el Macba, en cualquier calle, arrollado por un patinete.

Doble Pletina – Cruzo los dedos (2011)

Caminar por el medio de la calzada de una calle vacía me produce una curiosa sensación de libertad, de transgresión por saltarme el límite cívico de la acera. Suelo practicarlo en la calle Saragossa, en el Farró, en el descanso de la jornada laboral. Piso asfalto en Guillem Tell y enfilo la subida hasta la ronda del General Mitre con la esperanza de que ningún coche ponga en evidencia mi patetismo. Una mañana, a la altura de la calle Jules Verne -donde Juan Pablo Villalobos ambientó una novela regulera- me crucé con una chica que iba por la acera. Era menudita, de pelo corto oscuro y llevaba una bolsa de tela con el logo de los Doble Pletina. Me resultó familiar. Mi cabeza me decía que la bolsa era una pista. Efectivamente, luego averigüé que era la cantante del grupo y que había perdido la oportunidad de decirle que sus dos primeros singles me ponen tibio y emocional. La verdad, no me hubiera atrevido. Poco después llegaron el confinamiento y todos los motivos para echar de menos los paseos. Y es que el barrio del Farró es muy apacible, una isla entre Grácia y Sant Gervasi. Sus calles me ponen sensiblero, tendente a lo marchito, contradictorio deseando a alguien a mi lado en el preciso momento en que disfruto de mi soledad. Creo que me evoca a la amistad. A mi amigo Rober que vivía en la calle Ríos Rosas antes de mudarse a Madrid. O a mi amiga Eli, que lo hacía en la de la Gleva. Cuando paso por delante de sus portales no sólo me acuerdo de ellos, también es como si necesitase su presencia más de lo que la precisé cuando vivían allí. Es un sinsentido: con Rober estoy en contacto diario y Eli se mudó a Entença, en el Eixample, y seguimos viéndonos. El otro día me escribió: «Acabo de ver a un tío igual que tú en el súper. Le dije: ‘¿Juan?’. Y ha pasado de mi cara». Me pareció bonito. Ese día necesitaba que alguien se acordase de mí. Tengo mucha suerte. «En esta ciudad que cada día es más pequeña, donde sucede lo mismo una y otra vez, es difícil relacionarse y más hacer amigos y los pocos que se tienen cuestan de mantener». ¿Lo entienden ahora?

(continuará)

11 comentarios en «El Instituto Geográfico Secreter presenta: el Nuevo Mapa Fonográfico y Emocional de Barcelona adaptado a las necesidades del siglo XXI (cara A)»

  1. Los textos están de fenómenos caballero. Yo también he pensado a veces en el tema de los guiris en el Raval. ¿Te crees que por ser guay y moderno no te van a atracar?

    Muy fan también de las fiestas de barrio a las que sólo van los del barrio…los tuneles de los transbordos y scalextric…de hecho, por las pistas que da, vivo y trabajo cerquita de la oficina de Detectives, jejejeje…

    Por cierto, mi suegro siempre llamó al Raval «El Chino». Y vivió mucho allí…aunque su domicilio estaba en las Casas Baratas por Zona Franca.

    1. muchas gracias caballero!

      pues le contaré que la agencia de detectives acabó (mal) en un garaje reconvertido en oficina de sant pere de ribes y llegó a estar sin detectives y con el comercial ejerciendo de torrente, jajajaja!

      sobre el chino prefiero las lecturas de los burning o mano negra… pero como el objeto de artículo era plantarse musicalmente en el siglo XXI recurrí a las ruinas, cuya foto de joaquim costa y alrededores es bastante certera, digno es reconocérselo.

  2. gracias!

    y siempre aprovecho cualquier excusa para hablar de mis mierdas personales! jajaja!

    yo parto con un minihándicap de desapego por no ser natural de la ciudad condal, pero es curioso que abunda la gente nacida en ella que opina de primeras lo que apunta la banda muerta en la letra con la que se inicia el artículo. una especie de amor-odio, aunque quizás es propio de grandes ciudades mientras que de las pequeñas es el muermo lo que se destaca en las opiniones… no se, yo cuando me jubile (si llega esa hora) me volveré a «lacoru», que mi señora ya ha dado el ok, así que… 🙂

  3. Me ha molado muchísimo, Juanity. Tienes una capacidad para retratar imágenes con tres palabras flipante. Me han gustado especialmente el de la sueca y el del de la detective infiltrada. Dejan a uno con ganas de más.

    1. muchas gracias manitoby! pues para la cara B se vienen autobuses nocturnos, kebabs, pijas de zona alta y obras dignas de aparecer en megaestructuras! atentos a la secreterseñal!

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