El hombre que susurraba a los colores

Ken Nordine

En la música, la voz –cuando está presente– es el punto focal de atención. Dado que hemos evolucionado como especie para que una persona sea lo más relevante del entorno para nosotros, no es extraño que así sea. Los intentos para tratar la voz humana como un instrumento con la misma o menor importancia que otros sonidos, han sido escasos, poco trabajados y no demasiado exitosos; más fruto de carencias a disimular, que de un intento serio de establecer un nuevo paradigma.

Aun antes de la aparición de la música, ya era la voz algo de suma importancia y lo siguió siendo durante miles o millones de años. Es de suponer que los orígenes de la música sea precisamente ese: una estilización y deformación del lenguaje hablado. Incluso ha habido ocasiones en la historia de la música en las que se ha vuelto atrás, y se han usado instrumentos como un fondo musical que acompañaba al lenguaje hablado. No han sido muchos esos casos pero, incluso considerando que la diferencia no es menor, hay que reconocer que eso también es música. Y puede ser una música muy interesante.

Un caso reciente (en términos históricos) fue el de la poesía beatnick, que usaba en ocasiones música jazz como fondo de sus improvisaciones. Por su misma naturaleza de cosa improvisada, de happening, no ha dejado demasiadas huellas más allá de la misma noticia de su existencia. Es probable, me temo, que no fuese algo demasiado interesante y no creo que debamos lamentar en demasía la ausencia de una gran cantidad de muestras grabadas que hayan llegado hasta nosotros. Sin embargo, tiene el mérito de haber sentado las bases de otro concepto de limitado alcance –prácticamente limitado a un artista– pero que refinó sus hallazgos y limó sus defectos para crear un concepto equilibrado y completo hecho con los mismos materiales: el habla y la música, principalmente jazz. Ese concepto, en un alarde de precisa concisión que es de agradecer, se llamó word jazz, y su creador y máximo exponente fue Ken Nordine.

Ken Nordine era un profesional de la voz. Trabajó para la radio, la televisión y el cine. Puso su voz a anuncios, a trailers de películas y fue narrador o voz en off en series de radio o televisión y en películas. Algo así como el Constantino Romero en Estados Unidos. Bien, pues fue Ken Nordine el que cogió el toro por los cuernos y puse orden en aquel caótico híbrido de poesía y jazz.

Contaba con la herramienta perfecta para ello: su voz. Unida a la disciplina y la mentalidad nacidas de un entorno de trabajo profesional y basado en la eficiencia y los resultados, pudo recortar los excesos inútiles para crear un producto atractivo y accesible que –y ahí está la gracia del asunto– aún retenía las cualidades creativas y la libertad expresiva. Se mire como se mire, es mucho más agradable escuchar a un señor con una voz profunda y carismática contarte una historia que tiene un cierto sentido –aunque muchas veces navegue sobre la irrealidad–, que a un bobo hasta las cejas de drogas divagando sobre sinsentidos. Aunque el inicio del concepto y algunas muestras notables de él se remontan a la segunda mitad de los años 50, su obra más conocida y probablemente la más interesante pertenece a la década siguiente. Esta obra es Colors.

El origen de esta obra no puede ser menos sugerente y carente del glamour de lo artístico. Nordine escribió y grabó una serie de anuncios, en forma de pequeñas cuñas de poco más de un minuto, para una marca de pinturas. Una vez finalizada la campaña, los oyentes comenzaron a demandar a la emisora que las reemitiese. Nordine, al tener noticia de ello, reescribió los guiones para despojarlos de las referencias publicitarias, las regrabó y añadió un puñado más hasta un total de 24 que se publicaron como disco en 1966. En ediciones posteriores, se han añadido diez más, descartadas en su momento, hasta completar las 34 que incluyen las ediciones más recientes. Estas pequeñas historias, llenas de fantasía y humor, tienen un variado abanico de fondos musicales, la mayor parte de ellos cercanos al jazz, aunque algunos de ellos se escapan de ese concepto y se acercan a la música clásica, al musical de Broadway, o incluso al rock and roll.

Ken Nordine, a pesar de no cantar en sentido estricto en ningún momento, se mantiene unido a la base musical constantemente. Algunas veces dejándose llevar por el ritmo –produciendo algo similar a un incipiente rap– o reforzándolo con rimas o repeticiones. En otras ocasiones es la melodía lo que tira de él y, sin llegar a cantar, sugiere una melodía que conecta con la del fondo musical. Otras veces actúa más como un locutor o actor clásico y es entonces la música la que le sigue a él, ambientando el tono del relato y siguiendo el tempo de la narración.

Hay que destacar que, aunque la música estuviese más o menos planificada de acuerdo al guión, en muchas ocasiones se valía del componente de improvisación consustancial al jazz y un instrumento asumía el papel de solista, estableciendo un improvisado diálogo con el narrador. En esta pieza, dedicada al azul, podemos ver cómo utiliza todos esos recursos. Es, quizás, una de las piezas más completas y mejor resueltas, dentro de un nivel general realmente alto en el que no hay ninguna que desentone o sobre, ni siquiera entre las descartadas en su momento. Lo más notable es que siempre hay una conexión entre ambos, la música y su voz, que es lo que hace de ello un producto musical completo y coherente.

Ken Nordine, el hombre que susurraba a los colores
Ken Nordine, el hombre que susurraba a los colores

Los temas tienen en torno a un minuto y medio de duración, y en ellos Nordine narra una fascinante y secreta vida de los colores, en la que cada uno tiene su personalidad, sus problemas, sus relaciones con otros colores… Más de veinte años más tarde escribí un relato basado en la misma idea. En mi feliz ignorancia, lo consideré una cosa tremendamente original. No sabía que alguien lo había hecho antes (y mejor). La originalidad, que ya no es lo que era…

Teniendo en cuenta la materia tratada, no es extraño que haya capturado la imaginación de diseñadores y artistas gráficos que han realizado animaciones para ilustrar estas piezas y en las que la palabra –en su forma escrita– junto, claro está, al color, suele tener también un papel fundamental. Curiosas fantasías de tipografía y color que acompañan a las historias de Nordine, añadiéndoles una dimensión más. Las hay de casi todos los colores incluidos en el disco, aunque me permito destacar las más logradas (junto a la ya incluida, Blue) según mi medianamente cualificado criterio de diseñador no practicante: Green, Beige, Magenta y Black.

Al igual que Sinatra recibió el apelativo de la voz por cómo cantaba. Ken Nordine merece ser la voz de la palabra hablada en la música. De acuerdo en que apenas carece de rivales en ese contexto (en lo que en el mundo anglosajón llaman spoken word si hay artistas dignos de mención, pero el concepto, con una música que hace de mero telón de fondo para un discurso, no es el mismo). La senda que abrió no ha vuelto a ser transitada, quizás su soledad en esos caminos se deba a que dejó el listón tan alto que nadie ha osado seguir sus pasos. Hay que ser muy grande para ser un referente de la música sin haber dado una sola nota. Y es que Ken Nordine, la voz que susurraba a los colores, era muy grande.

11 comentarios en «El hombre que susurraba a los colores»

  1. muy interesante mario, no tenía ni idea del personaje pero en concepto y (las filminas) me han gustado mucho.
    como no tengo spotify, yo sí he mirado en discogs, y me da la sensación de que el problema puede ser más el encontrar algún disco suyo en europa que el poder pagarlo. pero hay una tienda aquí que tiene apartado spoken word y lo mismo hay algo de nordine por ahí, aunque como bien dices, lo que él hace no encaje del todo en la definición de spoken word, pero nunca se sabe.

    1. Bueno, yo no me dedico al discogs, ni al coleccionismo ni nada de eso, así que me someto a su buen saber y entender. Pero si hemos llegado ya al punto que 120 iurops es un precio normal para un vinillo y todo está ok, pues francamente, todas la cuitas, quebrantos y dramas de los que se quejen los traficantes, los tienen bien merecidos.

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