Autor: InsideTheMuseums
Confieso que a veces soy cuerdo y a veces loco. Y amo así la vida, y tomo de todo un poco. Me gustan las mujeres, me gusta el vino. Y si tengo que olvidarlas, bebo y olvido.
Los de mi generación, por lo menos unos cuantos, hemos tenido la suerte de conocer a Cohen sin poner un pie fuera de casa. En mi caso, el disco fue Live Songs, que mis padres solían poner justo antes -o justo después- del grandes éxitos de Donovan. Ése en el que, en la portada, el de Glasgow sale sin camiseta y con un prognatismo de aquí a Lima. Que me aspen si no es una de las fotos menos favorecedoras de la historia de la música.
El otro día, accidentalmente, le pegué a la aguja del tocadiscos un viaje de cuidado. Y, como ya no andaba muy católica la pobre (entre las 1000 y las 2000 horas de vuelo, diría yo que tiene), la he dejado más pallá que pacá. Ahora suena regular.
Así que, mientras le busco solución al problema, ando pinchando los pocos cedés que hay por casa y, ains, escuchando música en streaming con un cacharro bluetooth que tengo conectado al amplificador.
Era imperativo: tras la revelación de la semana pasada, había que hablar de los Fall. Mi primer impulso fue dejar una entrada en nuestro topic miscelánea con nombre escatológico, pero no tardé en decantarme por abrir un nuevo saloncito, uno particular, sólo para los Fall. Finalmente, y que sea lo que dios quiera, me he decidido por el artículo porque los Fall se lo merecen todo. No vamos a ponernos ahora con menudencias, que estamos hablando de Mark E. Smith. Tengo algo grande que contar, es mi historia de The Fall. Mi manual de instrucciones.
Toño era el socio de mi padre en una empresa que, vaya por dios, nunca terminó de comerse el mundo. Allá por los noventas y, quizás, primeros dos miles, mi padre y Toño intentaban levantar algo que nunca terminaba de cuajar. Y, ya de paso, sacaban adelante una amistad que, vaya por dios, tampoco fue muy allá. Mi padre nunca ha sido persona de trato fácil, así que vaya usted a saber quién es el último responsable del mal final. Tampoco me voy pronunciar ahora, después de tantos años.
La camarilla es el nombre que, en mi casa, damos al grupúsculo de músicos cojonudos compuesto por Epic Soundtracks, su hermano Nikki Sudden, sus buenos amigos Kevin Junior, Rowland S. Howard y Dave Kusworth, y otros farandulistas del rock como Jeffrey Lee Pierce, Steve Wynn y Jeremy Gluck.
Y alguno más que, seguro, me estoy dejando.