Podría hablaros de los Shins, pero no quiero. Quiero que sea diferente. Podría hablar de James Mercer, un tipo que teje músicas con hilo de oro pop y le canta a tu corazón, lo quieras o no. Pero paso. Me da pereza explayarme más, abrir mi caja metafórica bestial para salpimentar un panegírico. Voy a darle voz y altavoz a la gente real. A esos que abundan y opinan en la nueva realidad: los comentarios de Youtube. He cribado la discografía de la banda -excepto «Worms of heart», obvio- y he puesto en la palestra dos canciones bien chingonas por disco. Allá vamos, cojan kleenex:
En el mundo de la música, como en todas las disciplinas artísticas, entre lo excelso y lo deleznable hay una enorme escala de grises. Es en ese territorio intermedio de gustos donde habitualmente nos movemos todos.
Los Pixies son una banda que actualmente arrastra su legado allá por donde les dejan. Continúa leyendo para saber qué (o mejor dicho, quién) les llevó a lo más alto y qué maldición les echó de su trono a gorrazos y hace que se arrastren por salas de aforo medio sin visos de un futuro mejor. Mientras tanto, en un universo paralelo de heroína por correo y trujas encadenados…
La camarilla es el nombre que, en mi casa, damos al grupúsculo de músicos cojonudos compuesto por Epic Soundtracks, su hermano Nikki Sudden, sus buenos amigos Kevin Junior, Rowland S. Howard y Dave Kusworth, y otros farandulistas del rock como Jeffrey Lee Pierce, Steve Wynn y Jeremy Gluck.
Y alguno más que, seguro, me estoy dejando.
Brian Eno mola porque es el típico resalao que tienes en la recámara desde que eres pequeño y, de repente, te enteras de que es la hostia. De la noche a la mañana.
Recuerdo de los años de Rockopop y así que Eno era sinónimo de calidad porque, de aquellas, producía a Los U2. Y de refilón te llegaba que había otros más raritos, los tales Talking Heads, que también tenían algo con Eno.