Siniestro Total (II): la soledad del músico

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“Por qué vos chamades Subxenios?”. La pregunta surge en un corrillo de fans a la salida del Playa Club de A Coruña. Julián Hernández reparte sonrisas, amabilidad y retranca. Son los primeros días de 1994 y Siniestro Total actúa sin ser Siniestro Total. La idea básica es no perder fuelle mientras Miguel Costas permanece de «baja laboral». Nadie piensa que Os Subxenios sean un plan maléfico. O sí. ¿Sospecha infundada? Ese invierno será el final de la banda tal y como la conocemos -y amamos-. Al menos esa noche Julián despeja una de las dudas: “Pois… por non chamarnos Subnormais!”.

(ojo, venimos de aquí)

La gente fue al Playa Club a pasar un buen rato no a comerse la cabeza, aunque un tributo a Frank Zappa invite a ello. Sin embargo, dicho homenaje era un propósito superficial. El setlist citaba clásicos del blues y del rock sureño, guiños a la contemporaneidad funkmetalera y microdosis del cancionero más macizote de la banda madre. A mayores era un programa de mano de la nueva dirección musical que se debatía y/o rumiaba en el seno del grupo. Cuando Miguel se reincorpora a los ensayos el resto ha dado un acelerón en una dirección que ni entiende ni comparte. Os Subxenios acaban siendo una prueba de fuego y un toque de atención. ¿Hay alternativa? El cantante y guitarrista regresa a una banda en lo más alto con la que quiere mantener una rutina de grabar, sacar disco y girar. Lo que sus compañeros le piden es prepararse versiones de Zappa, un berenjenal de mucho curro y escasa recompensa. Os Subxenios ya no es un entretenimiento mientras Miguel descansa, sino un entrenamiento. El resto de la banda, con Julián al frente, no contempla dedicación parcial. Aquí es donde muchos ven un contubernio contra el líder visible del grupo, cuestionada hasta su aportación creativa. Para pasmo mundial, Miguel Costas abandona Siniestro Total. Una salida nada amistosa.

Lo de Zappa era una excusa para no dormirse en los laureles, podía haber sido cualquier otro. En los ensayos machacan horas con la vista puesta en volver a las salas, pues atisban el final de la etapa de grandes recintos. Quien se encasilla en el molde ochentero se separa o queda como consumo de nostálgicos. Del frenesí del local salen versiones de Red Hot Chili Peppers o Body Count, canciones infantiles para la TVG, adaptaciones de temas propios al ska o al rock dinosaurio. Y para trascender del escenario crean Mundo Cruel, Loquilandia o El Cobrador Loco. Siniestro Total es una portada de Mariné, un corto de Mikel Clemente, una chapa en tu solapa, un promotor contento, una firma en la liquidación de Sgae. Canciones, ideas, marca registrada y meterse en las cabecitas aún a costa de mosquear a la gente. Al arte por la traición más ruin o por la liberación del lastre, según a quien preguntes. ¿El precio del estajanovismo? La banda sacrifica el pop, el fan sufre un traumatismo emocional. La sombra de Costas es alargada y 25 años después su nombre aún sale en toda conversación sobre la banda. Que la formación actual sea la más longeva no evita la ponzoña amplificada por redes sociales. Y si a mí la carrera en solitario de Miguel a veces me provoca sonrojo, para otros Julián Hernández lidera un grupo tributo.

¿Qué es liderar? En mi esquema mental Miguel Costas era la cara visible, el «frontman» de un quinteto cuyo pedigrí y buen hacer residía en una bicefalia creativa y mediática. El peso compositivo, emocional y galones de Soto es innegable, pero el sostén de la banda era un tándem. Costas era único para la melodía instantánea, superdotado para el corte pop de tres minutos, el single coreable y, lo más importante, radiable. Julián Hernández era el músculo cerebral que genera en álbum, en algo más que una colección de canciones. Costas era «¡Esas palmas, coño!» y el apunte sardónico a todo el río verbal de Hernández. Éste era -y es- el dedicado como «siniestroahólico» en teorizar y justificar la existencia misma de la banda y, en consecuencia, su futuro, que como hemos visto fue el quid de la cuestión en 1994. Carismáticos, geniales ambos. Agua y aceite. Me explico: a Miguel le debemos Aerolíneas Federales, a Julián le debemos Def Con Dos.

Echemos la vista atrás. Cuatro años antes los inviernos eran igual de crudos, pero el roce estaba permitido en la furgoneta. Además venían bien dadas: «En beneficio de todos», octavo álbum oficial del grupo, se vende como rosquillas y les reporta un disco de oro. Aumentan los ingresos, aumentan las audiencias, aumentan los kilómetros, los hoteles y la nocturnidad. El quinteto está rodadísimo, tras la incorporación dos años antes de Segundo y Ángel como sección rítmica. De ahí la redondez del repertorio que DRO mueve por el cielo y tierra de radiofórmulas, playbacks de plató y toda la prensa que se ponga a mano. Con perspectiva: «En beneficio de todos» suena a 1990, lo que para mí es un «pero». Por ejemplo: me sobran ciertos arreglos de «Ay, Dolores», como rockerito me gustaría que se ciñese más a -guiño intencionado- los Romantics. Es un sonido excesivamente «sintético» de guitarras y vientos. ¿Qué salva al disco? Las canciones. Mal disco no será si hasta los descartes -ese singuelo de regalo con «Somos Siniestro Total» y «La sociedad es la culpable»– son poca broma.

Llega el éxito. Pasas a los grandes recintos. Pasas de la -poco- independiente DRO a la multi BMG Ariola. Pasas de ser el rarito de clase a que todo Dios te pida prestado el «Ante todo: mucha calma». Es 1992 y España celebra quintos centenarios, medallas olímpicas, expos con pompa internacional, alta velocidad sobre raíles y ovaciones al rey. Somos felices porque por radios y teles escuchamos el «¡Esas palmas, coño!» con que Miguel adorna «Pueblos del mundo, ¡extinguíos!». Aún así, aunque «Ante todo: mucha calma» es el disco de la vida de muchos, como directo deja mucho que desear al purista: limpio, aseado para facilitar la venta amable al gran público. Sin ir más lejos «Que parezca un accidente» es más caliente, más vivo, tiene más latido. Si lo comparamos con otros directos coetáneos le falta alma. No quiero que suene como el guarrísimo «A por ellos…» de Loquillo y los Troglos, pero sí acercarse un mínimo a esa calentura vibrante, sudorosa, que exuda el doble de Barricada, por ejemplo. Con la escucha o el videado son evidentes las tablas de un grupo que descarga 30 temas por noche, que sabe cuándo agitarse y cuándo clavar el acorde, pero también que lo que muestran las cámaras a veces parece playback, que la algarabía ante el escenario no llega al oido, no se siente. Todo se intuye, igual porque te lo han contado.

Pero son el arrase y por derecho aparecen con letras gordas en carteles que llenan recintos como la Expo ’92 de Sevilla o la plaza de Las Ventas de Madrid. De ello se beneficia hasta su antigua disquera, que durante esos años se sacará de la manga tres recopilatorios de diverso pelaje y, por si fuera poco, celebrará la vuelta «al redil» del grupo en 2002 con una antología ¡triple! Por lo pronto, las ventas del directo les ganan la confianza de BMG, que afloja la billetera para que graben en Memphis lo que será «Made in Japan». Allí conocerán a Joe Hardy, imprescindible para sonorizarles hasta su reciente fallecimiento, y sementará la futura crisis. Musicalmente consiguen plastificar esa contundencia ganada machacando repertorio sobre tablas y ensayos. Son un grupo de tres guitarras y en «Made in Japan» suenan las tres. Hay soldadura de riffs y martillo pilón en la rítmica. Singles como «El hombre medicina» y «Yo dije yeah!» son la banda de siempre, con barniz metálico. Es un disco deudor de su tiempo, por duración y por el deje de grunge pesado pero, al contrario que «En beneficio de todos», sí permanece hoy inoxidable. Tras editarlo en otoño de 1993 el grupo se prodiga por directos y playbacks televisados hasta la baja de Miguel. Las presentaciones se posponen al verano, pero él nunca volverá a tocar con Siniestro Total.

Cuando la marejada se hace oficial a algunos el enfado les lleva a considerar que los cuatro carapintadas que meten ruido en el clip de «Cuenca minera» son Os Subxenios. Peor será la sensación cuando un año después, a mediados de 1995, se publica «Policlínico miserable». No deja indiferente: o se te atraganta o te solivianta. ¿Cómo te quedas cuando te das de bruces con «Y yo me callo» o «Depende»? La primera es el single de presentación, con la segunda abren el álbum. Normal que la chavalada vea en la marcha de Miguel Costas una tragedia. Y no, no hay pop. Y no compensa que, por ejemplo, «Loco Iván» sea posiblemente lo más duro jamás grabado por la banda en términos rompetímpanos. La vieja guardia no traga. El golpe de timón estilístico es brutal: power blues, funk metalizado y guitarras pesadísimas, más pantano que garito, más pretensión que diversión. Es un disco muy difícil por el contenido, la duración, porque «ahora canta el calvo» -lo mismo decían de Barón Rojo, ¡jejeje!- y por lo irreconocible. Todas esas etiquetas, algunas injustas, persisten. Se da el caso de que hoy en día cuando, tras 25 años inamovible del setlist, «España se droga» es coreada guapamente a algunos todavía se les frunce el ceño.

Yo también estaba enfurruñado con la deriva de Siniestro Total. No entendía «Policlínico miserable», prefería los aportes al Xabarín Club de Aerolíneas Federales -¡ehem!- y las revisiones de los grandes éxitos en directo me descolocaban. Cuando les escuché en el Coliseum coruñés, ya con Jorge Beltrán al saxo, interpretando «Bailaré sobre tu tumba» por la vía Led Zeppelin el mosqueo fue de impresión. Aún así me sentía del lado bueno. Me aliviaba escuchar los discos de Los Feliz y comprobar que no había nada que rascar. El «cuanto peor, mejor» aplicado al rock and roll, reforzando la necesidad de la existencia de Siniestro Total. La verdad, no sabía a qué atenerme. Qué decirles de aquel mi primer día en la universidad compostelana, cuando me crucé con un colega por el Casco Vello y me invitó a asistir por el belfo a un bolo de mi grupo favorito. Actuaban a modo de fiesta de inauguración del curso y ¿cuál fue mi respuesta?: «¡Paso!». Y así perdí la chance de asistir por la cara a la grabación de «Cultura popular», por gi-li-po-llas.

Para colmo «Cultura popular» es divertidísimo. Y original. ¿Un álbum de versiones? No, un disco conceptual para leer, ver y escuchar. Es a partir de entonces que le cogen el gusto a liársela a la discográfica o productora de turno para armar un espectáculo. Si además consigues vender -y «Cultura popular» lo hizo- ya tienes currículum para buzonear a los incautos con pasta y medios. A nivel personal, a pesar de mi enfado existencial con la banda de mi vida, tuve que reconocer que el disco era un puntazo de rock and roll que, al menos, te dejaba una sonrisa de oreja a oreja. Una muestra de su valor la da el hecho de que, de primeras, uno no se queda con las recreaciones fáciles, el «win win» de gente afín como Enemigos o Ilegales. Lo que deja huella son el «Alimaña» de Los Cafres o el «Rómpeme, mátame» de Trigo Limpio. O cómo la apropiación del «Cultura popular» -el tema- no sólo corre a cargo de Siniestro Total sino también de su público, que ya no la concibe fuera del setlist. Por entonces, ya 1997, a mí lo de gruñir se me iba pasando, toda vez que ese disco, extraño pero genial, te reconciliaba con el grupo. Y lo mejor estaba por venir, aunque no muchos se dieron por enterados.

Antes, un salto en el tiempo: a principios de 2011 los seguidores de Siniestro Total votan su álbum y canciones favoritas de la banda. Una iniciativa de los propios fans, aprovechando el libro de visitas de la web oficial. A posteriori, Julián declarará respecto al disco elegido: «ya podían haberlo comprado en su momento». Sí, «Sesión vermú» se quedó corto en ventas, apenas 19.000 copias despachadas, aun sobrado de cariño y kilates. Llega a las tiendas cinco meses después de «Cultura popular» -ambos vía Virgin-, acompañado de unos epés promocionales que son metralla pura, como corrobora la mención a «¡Viva la bomba!» en el citado referéndum. El sonido sigue la senda de guitarras pesadas que tan bien mezcla Joe Hardy, al que se une Segundo a los controles. El tándem cocina un álbum que se abre a cañonazos con «A poco más» y la oda a la carnalidad monárquica de la censurada en radiofórmulas «Joder, Cristina». Desborda rock and roll -¡por fin!-, pero abunda también en joyitas de medio tiempo, como el increible viaje a Nueva Orleans de «El enemigo parpadea». El todo es delicioso: por la ruidera de Soto, por la acumulación de arreglos y cachivaches varios y porque hay estribillos, arropados por algunas de las letras más lúcidas que han salido del seso de Julián. «Sesión vermú» da para paja.

La realidad es que en 1997 la banda ya ha timoneado la tormenta. Sobrados, ese mismo año giran por Latinoamérica y allí editan el directo «Así empiezan las peleas». Julián, Soto, Segundo, Ángel y Beltrán callan bocas a quien aún enarca la ceja. ¿Es realmente «Sesión vermú» el mejor disco del grupo? Para mí no, pero si me desvisto de nostalgia, latidos y «agarimos» la cosa cambia. Sea como sea, a Siniestro Total les ayuda a afrontar el fin del milenio sin mácula. Por mi parte les anticipo lo que está por venir con un chiste. «El uno: ‘¿Sabias que Siniestro Total tocaban blues antes de hacerse punkis?’; el otro: ‘¡Jajajá! ¡Qué grandes!’. El uno: ‘Pues ahora han grabado un disco de blues’; el otro: ‘¡Están acabados! ¡Ya no son lo que eran! ¡Hijos de puta!’. Telón». Estos personajes aún existen. Esto viene al hilo de que dos décadas atrás la chavalada entraba en Discos Elepé de Vigo y gastaba cuartos en series baratas de blues, para obtener descuentos en los álbumes de verdad deseados. Y así en el 2000, de la mano de los supervivientes de Mari Cruz Soriano y Los Que Afinan Su Piano, llega a las tiendas «La historia del blues». Sea el tiempo una corriente circular o lineal -o la Tierra plana-, el aprendizaje sí hace camino.

«La historia del blues» es un disco que, seré honesto, me transmite más por su contexto que por su contenido. Como género nunca he encontrado el punto a lo «bluesy», más allá de lo simpáticas que me puedan parecer tonadas sueltas. Recuerdo verlos en la compostelana plaza de Cervantes, con sus trajes «to flama», y hacerles poco caso. Yo estaba ahí por los bises, sabía a ciencia cierta que caerían «¡Ayatollah!» et al. Ojo, a pesar de mi indiferencia ya no estaba enfadado con ellos. Volviendo al disco, lo reitero, no es un trabajo al que haya prestado el oido merecido por sonido o por esfuerzo dedicado. «Bajo sus propias pistolas» y «Dios tiene un plan» tienen enormidad, pero no disfruto el viaje sonoro. La buena noticia es que a pesar de todo ya les das coba, aunque vayan del palo de grupo adulto que hace cosas de adultos para un público adulto… que en el fondo los sueña cafres. Además «La historia del blues» no es la turra intencionada de «Policlínico miserable», es sólido, defendible. Es otro álbum concepto, esta vez sí conceptual, repleto de las pijaditas de nuestro tiempo: que si artwork, que si vídeos, que si pista interactiva, representación en teatros, cómic, documental… ¡hasta canciones! Las andanzas de Jack Griffin son fascinantes, es de ley reconocerlo. A Robert Crumb se le hubieran caido los lápices al suelo del flash.

En fin queridos, con el tránsito milenario Siniestro Total llega al final de un viaje. Diez años atrás Hernández y Soto firmaban la «Historia del blues I». Añadan su postal favorita: los titubeos juveniles en el Satchmo vigués, el arrebato «ridimanblusero» -los Dr. Feelgood del agitado Wilko Johnson- que trufaba «Me gusta como andas»… Esta no es la forma en que los fans fatales imaginábamos -deseábamos- la madurez de nuestra banda favorita, pero es lo que hay. La paradoja: el egoísmo de hacer lo que les da la gana versus la generosidad de ofrecerlo al fan y, a la vez, a la persona que (h)ojea la sección de cultura de un periódico random. Que guste es otro cantar, pero el producto ya siempre será redondo, sin lastre, sin injerencias en su planificación ni ejecución. Siniestro Total son -siguen siendo-, en esencia, un grupo de rock, ya adulto, pero de rock, que de vez en cuando aún toca «a toda hostia». Crecen, es ley de vida, quien no lo hace cae. Sigue el dolor, heridas aún abiertas por sacrificar al pop, a «Assumpta». Es su culminación como grupo autónomo, independiente de modas y vaivenes de mercado. Siniestro Total y la soledad de la banda. Todo por huir de la nada. El precio de la identidad propia. Sobrevivir lo es todo. A los 80. A los 90. Acabar el siglo. Sobrevivir. Incluso a la muerte del rock and roll, que es lo que está por llegar.

(continuará)

(n. del a.: este artículo fue redactado antes de que la banda hiciese público ÉSTO)

29 comentarios en «Siniestro Total (II): la soledad del músico»

  1. Muy correctamente explicado, sí señor. No puedo encontrar una grieta en su lógica, y sin embargo…
    HABER: yo soy de los Siniestro de Costas, más por cuestión generacional que por otras historias, la verdad, y comencé a desengancharme con Costas aún al aparato (también probablemente por cuestiones generacionales mayormente). En beneficio de todos yo creo que ya es un punto de inflexión. No veo gran diferencia entre eso y lo que acabarían haciendo unos añitos después, aparte de que después lo tocasen mejor y estuviese mejor producido, cosas a las que cada uno le dará la importancia que le parezca bien.
    Me parece fantástico que Julián, por nombrar al otro del tándem que cita, al que yo siempre vi más como un entertainer que como un músico, haya tenido la perseverancia y el erotismo de currar como un enano (o negro, o chino, ya no sé muy bien a quién toca ofender hoy) para convertirse en un buen músico. Lo que pasa es que precisamente por esa transmutación de intenciones, más que de sonidos y otras cosas, que me parecen más superficiales, es metafísicamente imposible comparar esas diversas encarnaciones de la banda. Son realidades inconmesurables que juegan con reglas diferentes. Que cada uno disfrute de la que le parezca (o de todas, si por algún don divino está dotado para tal cosa).

    1. es más una evolución sin uno de los elementos fundamentales iniciales, apoyada en elementos con suficiente peso para dar empaque y un sentido… que cuesta comprender, es así. las reglas no son diferentes, pues en las sombras ya había mucho más movimiento quizás tapado por la frontal del escenario. basta ver la cuantía y calidad de las firmas en los temas y el reparto en las portavocías para darse cuenta de que había algo más que ser «entertainer». a mí me volaron la cabeza en la etapa costas/hernández/soto/torrado, en el 85, y reconozco que ya «made in japan» se me hizo extraño en la primera escucha. ojo! que yo debo estar dotado del don divino que usted otorga a quienes van a por la carne y el pescado en términos de ST 😉 !!! don’t worry amic, que en la tercera parte abordaremos los divertidos 80!!

      1. Ojo, que lo de entertainer no lo digo con ánimo peyorativo, son simplemente cosas diferentes. Y si me apuras, coloco al entertainer en un nivel superior. Para ser un buen músico, con echarle horas y tiritas para los dedos, llega. Para lo otro, hay que valer.

        1. sí, sí, además que es una faceta para la que hay que valer tb y hay que meterse muchas horas de responder con la misma gracia al fanzine de tu primo y a la radio universitaria local antes de llegar (y compaginarlo, ojo) a la alfombra roja… pero eso hay que compatibilizarlo con esas horas de tiritas en los dedos en el local y de desvelo creativo en casa o en el autobús silbando modo toc una melodía para que no se te escape… michael jackson llevaba una grabadora para esos casos, jajaja! la cuestión es que durante la crisis (y aún hoy) se da mucho la comparativa de méritos y deméritos, con lo que la labor en la sombra muchas veces pasa desapercibida… y ojo, que todos preferimos esa banda sin rupturas, pues fue a la que entregamos el corazoncito.

  2. Muy buen artículo amigo.
    Yo soy de esos que conoció a ST tarde. Los conocí gracias al recopilatorio de El día de la bestia y , a partir de ahí empecé a comprarme todos sus discos empezando por Policlínico miserable que, a pesar de que no me llegaba a gustar ( el popurrí de canciones hard rock con blues y los acentos y entonaciones pretenciosamente blueseros y rockeros de Hernández me chirriaban sobremanera), había una mala baba que me llegó a enganchar. Bueno, eso y el darme cuenta que Julián era el creador de DCD que por aquellas me desvivía por el grupo. El caso es q me seguí comprando los posteriores discos, es decir, huí hacia adelante en esa línea temporal que estaban trazando; en la más dificil, complicada, críptica y experimental. Así llegaron a casa Cultura popular y Sesión Vermú. Este último me sigue pareciendo el mejor disco «post Costas» poniéndole casi a la par del Made In Japan. Por tanto, te habla un tipo que empezó con Siniestro desde la tercera etapa. Una etapa que, vista con perspectiva, no estuvo nada mal hasta La historia del blues donde ST se mete en el género casi de lleno y, para mí lo peor, la voz de Julián no casa con ese estilo, llegando incluso a resultar forzada. Vi a ST presentando Sesion Vermú por primera vez y me voló la cabeza; ese Julián con máscara antigás, esos buzos negros ( hasta entonces no había visto un sólo grupo de rock español que fuera conjuntado ni así ni de ninguna forma), esos sonidos de saxo chirriando ( ese sonido tiene un nombre) , en fin… A partir de ahí te puedo decir que no me perdí un sólo concierto de ST en Euskadi ( llegué incluso a conocer a Julián personalmente pero eso te lo cuento por privado) y pude ver ese declive del que hablas en el anterior post. Y creo que todo se debe precisamente a Julián y su forma de llevar ST, ya que siempre fue él quien se echó el grupo a la espalda desde el principio ( la mayoría de las autorías, ser el portavoz en las entrevistas y prácticamente, trabajar el «concepto ST» casi en su totalidad. Creo que su declive se debe precisamente al propio declive del frontman; de ese subrayar hasta el paroxísmo la intelectualidad que tanto se le ha aplaudido y que él mismo se ha ganado y, por consiguiente , de ese querer hacer de Wyoming sobre los escenarios con fatídicos resultados ( abucheos incluidos), la cantidad de vueltas que le ha dado a SU banda queriendo hacer, a toda costa, algo distinto despistando al personal ( cosa que considero puede es positiva para la supervivencia de la banda) … En fin. En todo caso, yo creo que si tanto nos gusta ST es precisamente por un extraño morbo que crea. Un morbo que va ligado a ese despiste del que hablo y , que a pesar de no salir siempre bien, hace que en la banda aún perdure un aura – cada vez mas débil- de atracción.

    1. gracias por comentar caballero!

      por su nombre creo ubicarle a usted como «vieja guardia» de la web de ST, puede ser? le adelanto que he conseguido encontrar (buceando en el libro de visitas) el citado referéndum sobre los discos favoritos de los fans y con ello haré un apéndice tras la tercera parte.

      me ha parecido muy acertada su reflexión sobre el presente y futuro de la banda. el disfrutar en la misma proporción que padecer que creo a veces «sufre» la banda por lo que le proyecta el público. la supervivencia, el «siniestroaholismo» con dedicación «fulltime». soy de los que piensa que sin la ruptura relatada, hoy no tendríamos banda… pero desde hace muchos años. de ahí lo que cada uno debe reflexionar para sí, de si le cunde o no… que fue lo que intenté reflejar por mi experiencia personal en el anterior capítulo.

      es posible, aunque no se dará el caso, que la solución sea un disco rabioso… pero entonces habría que rezar por temor al efecto supernova… que ya tienen una edad también! jajaja! yo sigo con mi bipolaridad: un día deseo su eternidad, al otro deseo velatorio.

      1. «… cómo no!!!». hasta las peleas estaban inventadas, anda que no debió ser espectacular el lanzamiento de sintes a la cabeza entre servando y arturo lanz! pero siempre puede haber variaciones dentro del mismo invento eh!!??

  3. A mí me pueden apuntar con los julianistas… pero no jarcorl, moderadorl.

    Eso sí, reconozcamos de volver de baja y encontrarte a tu banda, que se inventaba letras sin vergüenza ninguna sobre canciones de toda clase de estilos, sudando tinta horas y horas para clavar las canciones de moda del momento cual Orquesta París de Noia y meterlas con calzador en los directos dentro de «Ayatollah» o «Matar hippies en las Cíes» es como para enfadarse…

    Yo le sigo queriendo, a Costas. A Julián también. Y a Soto. Y al batería. Si quiero hasta al Avendaño, que hostias…

    1. es para quererlos! y que alguien de burgogrado con sus reales aposentados en el levante mencione a la parís de noia tb es para quererle 😉 un abrazo, ya usted sabe!

  4. Estos días he estado escuchando el Ante todo y me he dado cuenta de que pocos discos me traen tantos recuerdos y, sin embargo, sin haber renegado nunca de él, lo he dejado arrinconado todos estos años. Me acuerdo de aquellos viajes en el colegio en 7º y 8º de EGB que le pedíamos al chófer que nos pusiera la cinta y cómo nos engorilábamos todos coreando los temas. Joder, como pegó este disco a principios de los 90. Yo me sé todas las letras de memoria, algo nada común en alguien tan desmemoriado como yo así que me lo tengo que haber puesto cientos de veces. Y eso que hasta esta semana debía llevar más de veinte años sin escucharlo entero. Qué bien reflejas esa época, Juan. Y qué viejos somos!

    1. mil gracias caballero!!! los 40ytantos son los nuevos vayamierdadevida! jajajaja! las reescuchas y videados que me estoy metiendo también me están haciendo espejo. ese mismo bolo coruñés donde presentaban el «policlínico…» no sólo lo asocio con cabreo juvenil, sino también con garrafas de siete litros de kalimotxo 🙂 mi copia del «ante todo…» ruló por todas las clases de mi curso, ya podía la gente haberse comprado alguno ellos, porque es el disco más desgastado que tengo por culpa de mis compis del colegio… el libreto casi no cabía además en la caja de lo tocho que era. mi fase terapéutica continúa en la tercera parte… después de hundirnos recordando la juventudo, paso sin piedad a relatar la infancia!!!!!! 😉

  5. Juan: escribes de puta madre y sabes un rato. Queda claro que los fans de Siniestro han sido también todo este tiemp lo más inteligente (o lo menos idiota?) que un grupo se pueda echar a la cara.
    Pero de turra nada: el Policlínico es candidato a mejor disco claramente (para mí).
    Y lo del trauma tampoco creo que sea cierto, desde luego nada generalizable.
    Todos mis amigos del instituto éramos fans de antes y lo de Costas pasó más bien desapercibido.
    Para nosotros era claramente el grupo de Julián, y aquello fue una anécdota.
    Siniestro ha seguido siendo Siniestro todo el tiempo y eso no es por casualidad.
    Que algunos quieran trazar líneas secantes que casi siempre coinciden, casualidad, con su adolescencia, es otra cosa.
    Salud; esto es una delicia!
    Para mí la mejor etapa es esta. Y hasta hoy, hemos seguido teniendo una excelente banda de directo.

    1. muchas gracias por su comentario caballero!! pues creeme que aún hoy surge alguien dicíendote «es que ya no son lo que eran desde que no está Costas». obviamente, con o sin Costas, no podrían ser hoy lo que eran, pero da mucha pereza sacarles el argumentario estándar que además obliga a tomar partido cuando a tí simplemente te apetece pasarlo bien cantando «assumpta» o «joder, cristina!». en fin, al menos quienes me sacan el tema suelen ser colegas y no es más que una conversación de bar, ufff! respecto a lo de «policlínico», discrepo, simplemente. el tiempo pone en valor muchas de sus virtudes, pero yo es que nunca he podido con los «slap» funkies al bajo, por citar un elemento. la etapa DRO es imbatible… bueno, batible por «sesión vermú», eso sí. en la próxima entrega hablo de esa época… y creo que añadiré un apéndice con los resultados completos de la votación de la web de ST. gracias por sus palabras!!!

  6. Corrijo: el grupo de Julián y el resto de miembros, todos altamente carismáticos y decisivos; diría aún que cada uno de ellos más relevantes que Costas por entonces.

    1. ya hablo de los galones de Soto, innegable su aporte a la hora de ayudar a timonear la banda. obviamente el rumbo que toman desde mediados de los 90 hasta «la historia del blues» tiene mucho de trabajo en común. pero aún así yo me mantengo en creer esa idea de la bicefalia. gracias por su aporte!!

      1. Sí, el tándem compositivo en los primeros discos es innegable, pero desde el Me Gusta Cómo Andas al menos, la aportación de Miguel ya era residual. Muy claramente en el Made in Japan, donde creo que compuso sólo una música. Y hablo de memoria, pero en los dos anteriores, pocas letras. (Creo que hasta Julián le había «regalado» alguna para mantener ese equilibrio precisamente).
        Lo dicho, una delicia, esto!

        1. Vistas en retrospectiva, muchas de las canciones de Miguel están un poco fuera de sitio. Mi favorita suya es No Somos de Monforte. Assumpta me parece horrible. Devorao me gusta y representa bien su rollo, pero creo que la letra era de Julián, jé.

        2. gracias! bueno, igual decir «residual» es algo exagerado. creo que el problema de aportes era más de letras que de músicas, ahí creo que no había queja. lo del regalo creo que fue en «menos mal que nos queda portugal», para que quedase a pachas, algo que ya se corrigió en los créditos de los remasters. de todas maneras una cosa es lo que uno lee en los créditos de un disco y otra cosa es cómo se registra finalmente en la sgae, que es lo que realmente le importa al músico. obviamente las firmas están ahí, pero también hay que tener en cuenta que respecto a qué motivaba la disparidad de aportes sólo tenemos la versión de julián. por eso yo prefiero ser cauto.

        3. A mayor abundamiento: «Con respecto á composición, tampouco houbo problemas. Coppini escribiu tres ou catro letras en total e non facía música. Costas, despois do disco Menos mal que nos queda Portugal (1984), para o que escribiu tres ou catro cancións, chegou a escribir un total de cero letras para álbums como De hoy no pasa (1987) ou Made in Japan (1993). Máis tarde, a incorporación de Jorge Beltrán e as entradas de Óscar Avendaño por Grandío e Andrés Cunha por González foron estupendas». De aquí: https://amovida.gal/julian-hernandez-que-en-vigo-e-madrid-se-lle-chamase-movida-e-unha-bobada-coma-outra-calquera/?fbclid=IwAR1DV3jvCQgqjdxVTNCTFmWbp84G4wc940UYKN-n1ACpDr_uqB7VJIWL1aQ

        4. es curioso porque pensaba que las letras de «escarallado vivo» y «el hombre medicina» eran de costas y así están acreditadas en la web oficial. son palabras de julián, obviamente, y él mejor que nadie conoce la vida y milagros del grupo, pero en «menos mal que nos queda portugal» creo que son más de «tres o cuatro» las que compuso costas y, como señalé anteriormente, al respecto de autorías sólo tenemos la versión de julián. mira que en la entrevista habla de que la baja de torrado fue más jodida que las de costas y coppini, obviamente a nivel de funcionamiento interno fue así por lo que explica, pero creo que está claro porqué lo dice… o porqué rebaja el impacto de las otras bajas.

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