Quita el codo de mi cara; ese disco es mío.

Unsung Heroes of Rock'n'Roll

Todos tenemos alguna historia donde hemos acabado saliendo triunfantes con una pila de discos con olor a viejo debajo del brazo, pero esta no es una de esas historias. O mejor dicho, sí es una de esas historias pero el hecho de salir apestando a moho, la huella dactilar negra y medio borrada y la cartera tiritando, no es ni de cerca lo más relevante de esta historia, basada en la realidad pero a veces llevada un poco más allá y otras traída un poco más acá.

Hace bastante tiempo, antes de que comprar por la interwebs fuera el pan nuestro de cada día (o al menos para mí, iletrado cum laude en actividades en línea), en un foro de internet, un amable forero me recomendó un libro sobre música (qué si no?), “Unsung Heroes of Rock’n’roll” de Nick Tosches, libro dedicado a alguno de los pioneros del rock’n’roll que no llegaron a triunfar masivamente pero no por ello dejaron de tener importancia en la gestación del género; al contrario, el autor los denomina de hecho héroes, qué más quieres? Algún nombre? Ahí van: Louis Jordan, Big Joe Turner, Johnny Ace o Screamin’ Jay Hawkins. Pinta bien, no? Pero esto no es lo que intento contar aquí. Y si me empiezo a ir por las ramas a estas alturas, mal vamos. Centrémonos.

Con esta información (‘título y autor), me dirigí a una de las tiendas de libros de la ciudad con pocas expectativas de encontrar el libro pero sí con la esperanza de que lo pudieran pedir y con un poco de paciencia, tenerlo en mis manos en un periodo de tiempo que por aquel entonces era normal y que hoy en día llevaría a tener un ictus a cualquiera acostumbrado a pedir paquetes en linea (“compre hoy antes de las cinco de la tarde y tendrá su compra mañana en la puerta de casa!”). Putas prisas.

Una vez en la tienda, voy a la sección de música y siguiendo el orden alfabético busco la t, Tosches… Tosches… no veo el nombre del autor en ninguno de los lomos.  De todas formas, los miro todos, no vaya a ser que los libros estén  desordenados y ande por otra letra. Nada. Mierda. Voy a tener que ir a preguntar al dependiente. Carraspeo, me dirijo al mostrador y le pregunto por el libro. El tipo me dice que no lo tienen pero que puede intentar pedirlo, aunque no me garantiza que siga disponible. Me repite que lo va a intentar pedir y que vuelva dentro de una semana o así. Ya a punto de irme, con la mano en el pomo de la puerta, el tipo me llama y me pide que me acerque al mostrador. Hacia allí me dirijo. Una vez allí, se me queda mirando con ojos escrutadores y tras unos segundos de silencio que a mí se me hacen algo más largos, me pregunta si me gusta la música. Yo, ante semejante pregunta, le miro extrañado y, huraño que es uno, le contesto con un «sí claro», genérico y poco comprometedor, por qué cojones me pregunta eso? le acabo de encargar un libro de música, a dónde quiere llegar con esa pregunta? Ante mi respuesta afirmativa, el tipo me pide que la semana que viene, cuando vuelva para ver si me puede conseguir el libro, le lleve una lista con los músicos que más me gustan. Pero qué cojones? qué es esto, un examen sorpresa? soy el objetivo de una cámara oculta? lista de músicos? por qué tendría yo que hacer a nadie una lista de músicos? Bueno, y por qué no? acaso no es algo de lo que hablo constantemente incluso cuando no viene al caso? Entre intrigado e irritado marcho rumbo a casa y no pienso mucho más sobre el tema.

Llega el sábado de la semana siguiente y me dirijo a la librería. De camino caigo en la cuenta de que me he olvidado de hacer la lista. Bah, seguro que ya ni se acuerda. Abro la puerta, entro decidido y nada más verme, el tipo se dirige hacia a mí con paso apresurado y me dice que es probable que pueda encontrar el libro y casi sin interrupción me pide la maldita lista. Yo me hago el remolón y le doy largas, eh… no tuve tiempo, me acordé tarde, lo siento (lo siento?) igual otro día… no me deja acabar con mis excusas de mierda y me insta de nuevo a traer la lista la próxima semana, cuando sepa con certeza si me puede conseguir el libro o no. Nada más cerrar la puerta de la librería por fuera veo un grupo de ciclistas con disfraces, los sigo unos instantes con la vista… y ya me he vuelto a olvidar de la lista.

Por suerte para mí, el sábado siguiente, justo antes de salir de casa, me vuelvo a acordar de la maldita lista. Rebuscando en la papelera saco un trozo de papel arrugado, lo intento aplanar apresuradamente, y mientras con la mano derecha escribo los nombres que me vienen a la cabeza, con la izquierda me calzo el abrigo y los zapatos. Uhm… Zappa y el capitán… (meto una manga en el abrigo)… eeeh Mingus… (ato zapato izquierdo)… ah! Coltrane… Brian Wilson… ziiiip… electric eels, Brian Eno, Sid Barrett y Kevin Ayers… a correr!

Llego a la tienda y antes de que el tipo tenga oportunidad de abrir la boca le planto la lista delante de las narices. “La lista” le digo con una sonrisa en el gepeto.

la maldita lista

El tipo la coge y la lee escrutador. Mira a la lista, me mira a mí, vuelve a mirar la lista… por fin la deja en la mesa y me sonríe con aprobación. Yo sigo tan escamado como al principio sin saber a dónde me va a llevar todo esto. Tienen el libro? Le pregunto, pero el tipo ya no quiere ni hablar del libro. Me sigue dando largas (he preguntado en varias editoriales y todavía no he recibido respuesta de ninguna, me dice), lo cual resulta bastante intrigante pero noto que algo en su cabeza ha hecho click. Mi lista le ha convencido de alguna manera y así me lo hace saber. Me dice que por lo que ha leído en la lista, cree que me podría interesar algún disco de los que está vendiendo y me invita a pasarme por su casa el sábado siguiente. Todo un honor, me digo a mí mismo, he pasado un examen que no era consciente de estar haciendo y he ganado un premio que no sé si quiero. Pero tampoco tengo mucho que perder; solo cuando esté allí sabré si todo este intercambio de insinuaciones, listados y exámenes fantasma ha valido para algo.

Llegado el sábado en cuestión, me presento en la dirección que me dio el último día que estuve en la librería y el tipo me abre la puerta de su apartamento. La primera impresión es que el librero no sabe lo que es un trapo del polvo ni parece que le importe mucho porque todo tiene una capa de polvo por encima, los cristales de las amplias ventanas son más traslúcidos que transparentes y hay objetos en lugares que no me acaban de parecer lógicos. Tras un pasillo hay una puerta doble de donde sale bastante luz y hacía allí nos dirigimos. Una vez dentro veo que es el salón, una habitación amplia, con dos ventanas de gran tamaño que lo iluminan y en las paredes no hay cuadros ni repisas ni nada de lo que uno espera encontrar en un salón, solo hay estanterías con discos. Debo de tener un careto de fp tremendo porque el tipo me está mirando con una sonrisa de «sabía que te ibas a quedar flipado cuando vieras los discos». Entonces me cuenta una historia que me deja todavía mas flipado. Tras años de estudio de diversas religiones orientales (en las estanterías hay una buena cantidad de discos de ragas y mantras, música gamelan y movidas de esas), ha decidido dejar su insatisfactoria vida en el mundo occidental e irse a un templo en Nepal a pasar el resto de su vida dedicado a la meditación. Así que para sufragarse el viaje y los pocos gastos que pueda tener (creo recordar que me contó que para ingresar en el templo tenía que dar algo de pasta) ha decidido vender todas sus pertenencias, incluida su colección de discos. Mientras me cuenta esto yo no hago más que rascarme y preguntarme a mí mismo, cuánto tiempo tengo para mirar todos estos discos? A quién conozco con una furgoneta o un camión para llevarlos a casa? Me cabe todo esto en casa? Aguantaré hasta final de mes sin comer para así tener más pasta para comprar discos? 

no exactamente, pero muy parecido

Empiezo a mirar por una estantería a boleo, no me suena ningún nombre de los que leo y las portadas no son para nada familiares, música clasica (por desgracia, algo totalmente ajeno a mi en aquel momento). Voy a la pared de enfrente, ragas y más ragas. Avanzo un poco y ya veo cosas que me empiezan a sonar. Respiro más tranquilo y me pongo a mirar con más detalle, eso de Impulse! me suena, Prestige también. Vale, tengo localizado el jazz, pero yo lo que quiero es nederbeat, mandanga sesentera, punk. Por fin encuentro el apartado de rock and roll sesentas y setentas. Empiezo a mirar y entre exclamaciones y bufidos voy sacando discos. «Todo bien?» oigo que pregunta el librero desde la cocina. «Todo bien», le contesto mientras mis dedos no dejan de pasar discos. Entre los que acabo de sacar y el jazz he apilado una cantidad de discos que me hace bufar una vez más. Y no lo he mirado todo. No queda otra, hay que descartar. Voy pasando los elegidos uno a uno de una pila a otra y con cada pase, voy descartando discos hasta que por fin consigo decidirme por una cantidad razonable. No necesitaré una furgoneta para llevarlos a casa, mi bici podrá con ellos y conmigo sin problema. Busco al meditador y le pido por favor que sea benévolo y me haga un buen precio para así poder llevarme todo lo que he separado y que en estos momentos sujeto entre mis brazos como si me lo fueran a quitar. Tras un corto tira y afloja llegamos a un acuerdo. Creo que podré llegar a fin de mes comiendo arroz y macarrones con salsa de tomate. Bajo al cajero, lo dejo temblando y vuelvo a por mi cargamento. Cuando estoy a punto de marchar el tipo me dice que espere un momento. Entra en otra habitación y sale con dos libros de la mano. Uno era “Unsung Heroes of Rockanroll” (ahora tiene sentido todo el misterio que se traía con el libro) y el otro “The Jazz Scene” de un tal Francis Newton. Agradecido le doy las gracias y con mi botín bien agarrado camino hacia la puerta.

Marcho contento para casa, tan contento que no he caído en la cuenta de que no sería mala idea volver a concertar una cita con el meditador y llevarme al menos alguno de los discos que he dejado con todo el dolor de mi corazón (y para alivio de mi cuenta corriente y mi estómago) Doy media vuelta para volver pero al final la adrenalina y las ganas de poner a girar todos esos discos ganan y decido ir a verle dentro de un par de días a la librería para concertar una nueva cita.

Cuando vuelvo a la librería el martes siguiente, el tipo se me acerca, me saluda afablemente, me pregunta por los discos y me cuenta con una media sonrisa que ya no voy a poder ir a por más. Alguien con bastante más pasta que yo (y menos paciencia), le ha hecho una oferta difícil de rechazar y le ha vendido la colección entera de un boleo. No me hace mucha gracia lo que me ha contado. De hecho, tardo unos minutos en darme cuenta de lo que ha pasado, mi cerebro negándose a aceptar la realidad, pero de camino a casa me doy cuenta de que realmente lo que ha pasado es que buscando un libro, he acabado conociendo a un pavo que ha tenido el coraje y la lucidez de hacer con su vida lo que realmente quiere y que sin haberlos buscado, tengo en casa unos cuantos discos y libros que me van a dar horas de entretenimiento.

la escena del 59

El “Unsung Heroes of Rockanroll” lo devoré escuchando los discos que me traje para casa. El “Jazz Scene” ha estado criando polvo en la estantería de casa hasta hace una semana. Ahora voy por la mitad más o menos y me tiene absorbido; me parece un libro muy interesante y el hecho de que esté escrito en 1959 lo hace aún más interesante, ya que leído con la perspectiva que da el tiempo, no solo se trata de un libro sobre el génesis y desarrollo del jazz y sus diferentes estilos, sino que además es un libro sobre la visión que se tenía del jazz del momento en el que se escribió el libro y que en ciertos aspectos es muy diferente a la que tenemos ahora. Muy recomendable.

8 comentarios en «Quita el codo de mi cara; ese disco es mío.»

  1. uffff… a mí me hubiera dado un ataque de ansiedad en ese piso… y supongo que el fulano se habría puesto a cantar mantras a mi cadáver, jajaja!

    p.d.: sobre «the jazz scene» habíamos hablado algo en el foro, no? algo sobre la portada penguin, creo.

  2. Muy buena historia y muy bien contada. En realidad es el sueño húmedo de cualquiera que pueda acabar recalando por aquí. Envidia me da. En la novela de Alta Fidelidad sale una anécdota parecida con la diferencia de que aquí el afortunado es el propietario de la tienda y no un cliente suertudo. Me suena que quedó fuera del montaje final de la peli.

  3. Yo nunca he sido tan cazador de discos pero… creo que la sensación debe ser parecida a llevar 20€ y poder escoger dos «series medias» entre tooooodo lo que hay en la tienda…

    Eso sí, aunque alguna charleta marciana he escuchado en tiendas de discos, nada lejanamente parecido a vender la colección para pagarse el noviciado en un monasterio budista, jajajaja…

  4. Excelente. La reflexión del librero que «ha tenido el coraje y la lucidez de hacer con su vida lo que realmente quiere» me ha llegado al alma. El fin de semana comentaba exactamente el mismo tema con mi mujer. Nosotros, qué le vamos a hacer, estamos en el extremo opuesto. Yo diría que somos los más gallinas de nuestro barrio, de hecho. De ahí que este tipo de historias siempre me hayan parecido tan macanudas. Bien jugao, ya lo creo que sí.

    Aqui la escena eliminada que comenta Manitoba, por cierto. Así me imagino yo al Poodlo. Mejor ni hablar de la evidia que me ha dado.

    https://www.youtube.com/watch?v=-uYKLe2lP6Q

  5. muchas gracias a todos por los comentarios!
    me gusta que la actitud del librero tenga reacciones tan opuestas, es un poco como lo veo yo también.
    y gracias por la escena eliminada de alta fidelidad. esto me recuerda que como hace bastante que no la he vuelto a ver, igual es momento de leerse el libro.

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