¿Quién es esa perra que chilla? Diamanda Galás & JPJ

Galas&Jones

Se ha hablado innumerables veces sobre mezclas de estilos, lo que pueden dar de sí, sus ventajas e inconvenientes. Esto es, sobre la sustancia y la forma de la música. Sin embargo, en raras ocasiones nos paramos a pensar que hay algo que precede a la propia música. Ese algo previo a la música y que se puede pasar por alto es, por supuesto, los propios músicos, cada uno con su personalidad, sus gustos y sus intenciones. Y aquí también hay que prestar atención a las mezclas y combinaciones, a la química que rige la combinatoria de los individuos.

Los resultados de esas combinaciones son imprevisibles, cosa que sabe perfectamente quien se haya juntado en un local de ensayo con un par de semejantes (y, opcionalmente, también con algún batería). A veces la cosa funciona, otras no, y no siempre está muy claro el porqué. Hay dos escuelas de pensamiento básicas al respecto; una propugna la homogeneidad, y otra resalta las ventajas de lo heterogéneo. Ninguna ha demostrado su superioridad, limitándose a escoger una serie de ejemplos ad hoc que aparentemente confirman las bondades de su paradigma.

En cualquiera de los dos casos, lo que hace que el asunto funcione de verdad, es la complementariedad, ya sea por afinidad o por contraste. Un equilibrio entre las dos, supongo, debe ser lo óptimo. En el caso de un exceso de homogeneidad, el resultado puede ser excesivamente plano, falto de matices y de originalidad; en el caso contrario, el peligro es la volatilidad y la falta de coherencia.

Este caso, y utilizo el término caso en un sentido casi detectivesco –algo digno de ser investigado por Sherlock Holmes o, al menos, por Colombo– es, quizás, un ejemplo en apariencia extremo del segundo tipo de combinación. A dos músicos con poquísimos puntos en común, que encarnan visiones casi antagónicas de la música, se les ocurrió en 1994 (vaya usted a saber por qué) juntarse para hacer un disco. El disco fue The Sporting Life, y los personajes John Paul Jones, legendario músico de rock conocido fundamentalmente por haber sido el bajista de Led Zeppelin, y Diamanda Galás, diva del avant-garde. Ella, símbolo de la experimentación más radical; él, del clasicismo rock más absoluto. Sobre el papel, unos Romeo y Julieta de la música contemporánea. Contemporánea en el momento en que hicieron esto, claro, ahora parece cosa de otro siglo y, de hecho, lo es.

El disco, en cierto sentido, es una interesante pugna entre esas visiones contrapuestas de la música. Vean (escuchen), el resultado de esa extraña combinación en uno de los momentos más amables del disco, la versión del dulzón clásico soul The Dark End of the Street, originalmente grabado por James Carr y que ha sido objeto de innumerables versiones (Percy SledgeFlying Burrito BrothersThe Commitments o Elvis Costello, por citar unos pocos).

En la pugna entre la rareza marciana y la normal cotidianidad, gana a los puntos la segunda. El señor Jones, que pertenece a dos razas –la de los bajistas y la de los productores– enemigas por principio de las extravagancias, no solo se reparte las tareas compositivas con la diva satánica, sino que cuenta con la decisiva ventaja del control de los botoncitos del estudio.

Apoyado en unos arreglos instrumentales minimalistas (en este tema, solo los teclados de la Galás, su propio bajo y la batería del extremadamente solvente Pete Thomas, miembro de los Attractions y con un curriculum extensísimo y brillante), Jones esculpe un sonido clásico y robusto, rico en matices a pesar de su simplicidad. No puede evitar que la Galás –una señora que lleva cinco o seis cantantes dentro, que se turnan y se interrumpen continuamente– haga cosas sucias con el micrófono de vez en cuando, pero, en general, todo resulta bastante clásico (comparado con su producción habitual, al menos).

Es, seguramente, de lo más normal que ha hecho Diamanda Galás nunca, pero también debe ser lo más extravagante que haya hecho John Paul Jones jamás. Esa indefinición, en la mayoría de los casos, sería una pega (y de las gordas), pero dado que ambos parten de extremos opuestos, de alguna extraña manera hace que el resultado sea interesante. No es una obra trascendente e incontestable, ni mucho menos. Dependiendo de las expectativas, puede resultar hasta decepcionante, pero es agradable escuchar a la señora Galás domada en parte y al señor Jones caminando, aunque sea con un pie, por el lado salvaje de la música. Ambos demuestran que son músicos de talento, capaces de brillar en un terreno que no es el suyo. La mezcla, si quieren que les sea sincero, no termina de funcionar del todo. Se les nota a los dos un tanto envarados y tratando de no incordiar al otro en exceso, pero permite disfrutar de un punto medio en la escala de la normalidad que, aunque ajeno a ambos, paradójicamente, les favorece (a mis oídos, al menos).

Diamanda Galás y John Paul Jones, no tan terroríficos como podía parecer

Diamanda Galás es una teclista notable –sobre todo al piano, pero también con el órgano– y una vocalista de talento, cuyo único problema es el que he comentado antes, que no sabe o quiere domar las voces que lleva dentro. La cantante soul enfarlopada, la diva operística histérica, la punk anfetaminosa o la niña prodigio con una rabieta, no se respetan y el resultado es más desconcertante que estimulante para el que busque algo más que el fulgurante brillo satánico de lo extraño y marginal. John Paul Jones, por su parte, es un instrumentista solvente ya sea al bajo o a los teclados y un arreglista y productor con gusto que domina todos los trucos del oficio. Su problema es precisamente ese, que es un artesano competente que en muy raras ocasiones se aventura en terrenos extraños, atado a un clasicismo que hace tiempo que no sorprende.

El resultado, con toda probabilidad, no satisfizo a los seguidores de uno ni de otro. A mí, que no lo soy, me parece una obra menor, pero disfrutable. Y agradezco que se decidiesen a hacerlo porque me permite escuchar con agrado a la señora Galás en un contexto amable, ya que en su salsa –para mí, insisto– no va más allá de una exótica curiosidad que se torna irritante casi de inmediato. Ellos debían ser conscientes de que estaban haciendo algo que no iba a gustar a sus seguidores habituales. La propia Galás, en entrevistas promocionales conjuntas –medio en broma, medio en serio– no lo recomendaba a los fans de Led Zeppelin: «pensarán, ¿quién es esa perra que chilla en tu disco?».

Para ilustrar este concepto, nada mejor que una interpretación en directo de uno de esos escasos momentos del disco. Como queda dicho, la mayor parte de él transcurre por cauces relativamente civilizados, apenas un grado por encima de lo que puede asimilar el oyente de música rock medio sin que peligren sus neuronas (aunque en esos escasos momentos consigan condensar esa rareza y peligro hasta el límite de lo manejable para tal hipotético individuo).

Para ser totalmente sinceros, habría que decir que la señora Galás, en esa sencilla y fantástica frase, consiguió faltar a la verdad tres veces, tres. Primero, autodefiniéndose como «perra que chilla», descriptiva y sugerente metáfora, pero incompleta, ya que aparentemente solo recoge sus cualidades negativas; Diamanda Galás es, cuando se centra, algo más que una perra que chilla. Segundo, sugiriendo que a los seguidores de Led Zeppelin les pueda ser ajeno o desagradable ese concepto –perra que chilla–, cuando deberían estar sobradamente acostumbrados a ello después de años escuchando a Robert Plant. La tercera, aunque trivial, no deja de tener su importancia; el disco, afortunadamente, era de los dos.

Y esa es la gracia: que dos personalidades tan opuestas lograsen combinarse para dar un resultado disfrutable en su mayor parte, con la dosis justa de efervescencia y de picante y sin producir explosiones catastróficas, fue algo realmente notable. Misterios de la química.

8 comentarios en «¿Quién es esa perra que chilla? Diamanda Galás & JPJ»

  1. ¿y cómo les dio por colaborar juntos? ¿hubo negociación previa o se metieron directamente a ensayar y a lo que salga? ¿quién quiso entrar en el terreno de quién? yo, que soy un miedica, soy de los que teme siempre al vanguardista de todo combo… y así me va 🙁 jejejeje!

    1. Pues no está muy claro, no hay mucha información al respecto. Las pocas entrevistas que he encontrado, aparte de alguna perla como la del título del artículo, no dan mucha información, y la poca que dan es tan típica, puro muzak promocional «nos admirábamos de hacía tiempo… un amigo común nos presentó y pensamos que era el momento… etc.» que no permite sacar demasiado en claro. Mi teoría es que la instigadora es la Galás, que ya apuntaba ligeramente en esta dirección (su disco anterior es un disco de gospel) y que asociarse con alguien como él era el paso adecuado, tanto artística como, sobre todo, promocionalmente. También es cierto que el señor Jones se vio atraído pasajeramente por el lado oscuro (también produjo a los Butthole Surfers por esos años), más probablemente por el dinero que ofrecían los zumbados asilvestrados que intentaban arrimarse mínimamente al mainstream. Así que parece un matrimonio de conveniencia (y sin sexo).

  2. Hostia macho… la Diamanda esa tiene técnica, creatividad… pero le falta un poco (LA HOSTIA) de control, sujetarse un poco…intentar cantar con la banda y no sobre la banda…

    Que duro se me hace escucharla.

  3. no había escuchado nada de todo esto ni sabía de la existencia de la colaboración. de hecho, es la primera vez que escucho a la sra. galás pero mis conclusiones no pueden parecerse más a las tuyas, la música me gusta, el órgano de dark end of the street mola mucho y el sonido ‘zeppelinesco’ del bajo y la batera suenan muy bien, pero la tipa cantando me parece empalagosa y excesiva y me acaba cansando.

  4. Este artículo de uniones extrañas e (im)posibles me recuerda que uno de mis propósitos para este año es escuchar por primera vez «LULU» en su décimo aniversario, la unión del difunto y de los difuntos en vida, que encima se editó el día de mi cumpleaños.
    ¿Regalo envenenado? Uhmmmm.

    Le pegaré una oída a la perra y al productor.

    1. Sí, ya había visto esa entrevista, hay pocas referidas a esta época/disco y esa está bien. Y sí, hay veces que los sonidos que hace parecen más de una guitarra que de un vocalista al uso (como en lo que enlacé un poco más arriba de las letanías de Satán, que parece que se haya tragado a un guitarrista de Slayer y el pobre está ahí dando la matraca desde su garganta), pero en este disco, dentro de su rareza, se comporta bastante como lo que se entiende por cantante. Pero, bueno, son opiniones. Y ya que ha venido a dejar la entrevista, quédese, hombre.

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