Rodrigo (I): el cadáver más caliente del Club de los 27

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«Se enquilombó todo. No estoy para otro ‘round’ como el de Rodrigo». Este fue el email que escribió el empresario Alfredo Pesquera a su abogado el 20 de diciembre de 2013. Horas después encontraban su cadáver en el interior de su coche, un todoterreno BMW X6, aparcado en una calle de la zona residencial de Saavedra, al norte de Buenos Aires. A su lado había una pistola Tanfoglio del calibre 40. Este hallazgo permitió a la policía dictaminar no sólo el suicidio del empresario, sino también cerrar un caso de homicidio. Habían encontrado el arma y al asesino.

A Pesquera lo buscaban por el asesinato del asesor financiero Miguel Graffigna, encontrado sin vida en su coche en junio de 2013, víctima de un disparo, en el barrio de Villa Ortúzar de la capital argentina. Graffigna era un prestamista de oscuro pasado, relacionado con la muerte violenta de un matrimonio del mundillo swinger, el robo de un Picasso nunca recuperado o la producción de películas pornográficas con su mujer de protagonista, pero siempre fue absuelto de toda causa judicial. Al parecer Pesquera engañó a Graffigna para encontrarse y saldar una deuda del primero con Jorge «Acero» Cali, una ex estrella del kick boxing metida en política local, a quien se llegó a acusar en el pasado de regentar un casino y un prostíbulo clandestinos.

Para la policía de la capital federal argentina todo encajaba. El intercambio de emails entre Pesquera y Graffigna los habían puesto sobre la pista. La balística y las huellas hicieron el resto. La presión era enorme sobre el empresario, quien prefirió suicidarse a afrontar una batalla ante los tribunales en la que se sabía perdedor. En el mensaje a su abogado se rendía, referenciando un pasado embate judicial del que salió indemne 12 años antes. Sin embargo, en la memoria del pueblo no fue hasta su muerte que se pensó «se ha hecho justicia». A Pesquera lo habían absuelto de la imprudencia que acabó con la vida de Rodrigo Alejandro Bueno, en junio de 2000. Rodrigo, «El Potro», el rey del cuarteto argentino, el más caliente y excesivo del tormentoso Club de los 27, finalmente descansaba en paz.

No, la figura de Rodrigo no es equiparable a la de Jimi Hendrix, Janis Joplin o Jim Morrison, pero el «Vive rápido, muere joven» –lo del «bonito cadáver» lo dejamos aparte- le venía como anillo al dedo. Él solito se encargó de resituar un sucedáneo de «pachangada» en la dimensión absoluta del rock and roll: exceso, peligro, sudor, sangre. Para el profano –yo, ustedes- el cuarteto es cumbia, porque pensamos que toda música argentina que no sea tango, es cumbia. Pero no, el cuarteto es un género per se, de baile, enraizado en la tarantela y el pasodoble que trajeron al país los emigrantes italianos y españoles. El origen hay que buscarlo en la ciudad de Córdoba, en fiestas de clases populares, de donde artistas como Juan Carlos «La Mona» Jiménez o el propio Rodrigo lo dotaron de popularidad nacional, cautivando al país y a la industria musical.

Una cena en un casino

Rodrigo se sabía una estrella y como tal se veía capaz de todo. Hermanarse con sus iguales, a pesar de pertenecer a géneros dispares, era una de sus ambiciones. Tentó a Andrés Calamaro, lo sedujo, pero cuando llegó el día de subirse juntos a un escenario el rockerito prefirió seguir apalancado en el sofá de su casa, alargando esa duermevela tan de su gusto en los tardonoventas. La obsesión de Rodrigo, Maradona aparte, era Charly García. El problema era que Charly García estaba obsesionado consigo mismo. Para todo lo demás existía el desdén. Una buena analogía la tenemos en la relación entre Keith Richards y Chuck Berry, con éste abusando del primero, despreciándolo, tolerándolo simplemente por no jugarse el hambre, mientras Richards bordeaba la pérdida de la dignidad en el trato con su ídolo.

La cena fue en uno de los casinos flotantes de Costanera. Al encuentro con Charly García acudieron Rodrigo, sus guardaespaldas, su novia, su ex pareja, su hijo, su mánager, dos periodistas, sus músicos, su madre, su hermano pequeño, amistades de diverso pelaje… Todo un séquito. La cita empezó mal: los guardaespaldas tuvieron que dejar sus armas a la entrada y allí se quedaron también los niños. Rodrigo amenazó con llamar no a uno, sino a dos ministros diferentes, pero todo quedó en nada: la ley es la ley y a esas horas los ministros duermen. Una visita urgente al baño le permitió recuperar parte de la euforia perdida en la discusión. Una idea de la sensación de poder que rodea al cantante la da la frase que pronuncia nada más impedírsele la entrada al pequeño Ramiro, por ser menor: «No es menor. Es mi hijo». Fue en vano.

La cena dio comienzo con un niño de tres años llorando en brazos de su madre, fuera del restaurante, ateridos de frío. Ella gritaba, aporreaba los ventanales mientras, en el interior, Rodrigo cenaba con su ídolo. Charly García le preguntaba si no era muy tarde para un niño pequeño. «Está acostumbrado», respondía «El Potro». Finalmente, Patricia, la desesperada madre, volvió a la ciudad para dejar al pequeño con una niñera. De regreso rumiaba maldiciones no hacia Rodrigo, sino hacia su novia, Alejandra. La cena prosiguió: Rodrigo se levantaba de vez en cuando a jugarse los pesos en las ruletas, García se aferraba a las barandas del barco amenazando con tirarse al agua… En un momento dado «El Potro» le cantó al rockero una letra sobre ídolos de mentira y García se lo tomó como una afrenta, dada la contradicción de saberse un héroe para Rodrigo. A pesar de los desplantes del rockero, como reirse del sueño de ser productor del rey del cuarteto, éste lo invitaría formalmente a tocar juntos en algún concierto futuro. No hubo un «no», pero Charly ya estaba aburrido. Quería irse a casa, esa fue su respuesta.

Aún hubo tiempo para escenas de celos y falsa seducción. La bailarina Marixa Balli se acercó a Rodrigo para recordarle tiempos pasados y preguntarle por su situación en el presente; cuando éste negó estar enamorado su novia Alejandra montó en cólera. Mientras, Patricia, su ex, le hablaba suave al oído a Charly García, quien acabó pidiendo auxilio: «¡que alguien me quite de encima a esta ‘mina’ que me quiere ‘coger’!». A Rodrigo no le hizo gracia, se trataba de la madre de su hijo. Así se acabó la cena. Invitaba la casa y la propina corrió a cargo del mánager de Rodrigo: entradas para sus conciertos. La noche terminó en un apartamento, con el rey del cuarteto llorando en brazos de una prima de Charly García. Le contó todo: su dura infancia, la difícil relación con su madre, el agobio constante de un ritmo de vida infernal, el único que conocía para ascender a la cumbre de la música argentina. Ella sólo supo decirle: «Me sorprende que con todo lo que viviste no hayas resultado maricón».

Una bala lleva tu nombre

A Rodrigo le llegaron sobres con balas a los camerinos en varios recitales. Estando en casa de su madre pudo escuchar ráfagas de metralleta. La suya también fue tiroteada. Para algunos eran fans de «La Mona», defendiendo el honor del rey depuesto. Otros sospechaban que eran sicarios de la mafia de las salas de fiesta, para amedrentarle. Un fin de semana que, cosa extraña, estaba en casa cogió a su hijo en brazos y se dio cuenta de que ya no llevaba pañales. No le había visto crecer. Llamó a su representante y le pidió que montara una rueda de prensa. Le dijo: «voy a renunciar a todo». Mantendría sus últimos compromisos: una gira por Estados Unidos tras acabar la docena de actuaciones consecutivas apalabradas en el Luna Park bonaerense. La despedida sería en el estadio de River Plate, que grabaría y editaría en disco. Su plan de futuro sería descubrir talentos y producirlos, haría del estudio de grabación su refugio, donde no le hiriesen los celos del resto del estrellato del cuarteto.

Rodrigo odiaba a los medios, pero abusaba de ellos cuanto podía, con lo que al final era él de quien abusaban. Antes de la rueda de prensa acudió a una sesión de fotos para una revista, junto a la vedette del momento, Graciela Alfano. Ella lo tentó, él prometió producirle un disco y la besó a escondidas de los novios de ambos. Llegó corriendo, como siempre, al anuncio de su despedida. No convenció a nadie, creían que era simple márketing, de ese que funciona una o dos veces antes de remitir al cuento de «Pedro y el lobo». Adornó su discurso con un brindis final. Vaso en alto se deseó a sí mismo felicidad para, acto seguido y con la prisa habitual, marchar a vaciarse a Luna Park, donde en apenas minutos estaba programado el quinto de los 13 recitales contratados durante ese mes de abril del 2000.

En una semana ya amagaba con olvidarse de su adiós a los escenarios, pero en su momento fue un bombazo: espacio en portada en todos los medios argentinos y mención en todos los telediarios. No en vano era el artista con el disco más vendido del momento y el que estaba haciendo más caja, casi monopolizando el rendimiento de los espectáculos nocturnos en Buenos Aires. En una semana acumulaba ocho sesiones de fotos para revistas y 14 visitas a programas de televisión donde o bien ofrecía una entrevista o se prestaba incluso a un combate con un boxeador profesional. No hacía falta que lo llamasen, a Rodrigo le perdía colarse en todo plató que se le pusiese a tiro, pues había que dejarse ver como fuera para seguir reinando. Si era un programa de entrevistas él se ofrecía a un posado, si había que posar no le importaba hacer un playback disfrazado, si la estrella era otro no le importaba forzarle a hacer un dueto. Eso le pasó a José Luis Rodríguez, «El Puma», quien en directo disimuló sonriendo y cantando, pero su rabia estalló en cuanto tuvo a mano a los productores sin cámaras delante.

Esa misma semana la madre de Rodrigo concedía tres entrevistas, recibía ofertas como actriz de variedades o modelo de pasarela. El sueño de joven de esta veterana quiosquera era ser vedette. Ahora en su casa había un vestidor de 36 metros y una colección de 50 pelucas. En las revistas aparecía posando con un abrigo de pieles mientras fregaba o cubierta solamente con una toalla. Esa pasión por el vestir la compartía su hijo: para una gira de tres meses estrenó ochenta conjuntos diferentes proveídos por los más afamados diseñadores argentinos del momento. Pero mientras la madre saboreaba las mieles, a Rodrigo de vez en cuando le tocaba la hiel. Poco después de anunciar su retirada hubo una revista que le tildó de «ídolo de usar y tirar». Esto le llevó a convocar de nuevo a la prensa para defender su honor, pero en esta ocasión los periodistas estaban más interesados en saber si, tras haber desbancado de la cumbre del cuarteto a «La Mona» Jiménez, éste seguía siendo una amenaza. «Soy el único que está cantando en Buenos Aires», respondió «El Potro».

(continuará)

11 comentarios en «Rodrigo (I): el cadáver más caliente del Club de los 27»

  1. qué historia más truculenta pero la cuentas de tal manera que me resulta muy interesante. ¡espero la segunda parte comiéndome las uñas!
    por cierto, no me suena ni un nombre de los que citas, si quitas a charly garcía y a éste lo conozco solo de nombre.

    1. musicalmente no tiene mucho recorrido, esta es la verdad, quitando los tres o cuatro temas que hacen gracia, como nos puede hacer gracia paquita la del barrio a nivel mex.

      la historia de este personaje la descubrí por casualidad. en el youtube estaba escuchando a los fun people, que los postearon en el foro y no los conocía, y en las sugerencias salía una canción de éste tío sobre maradona… y como suelen ser canciones muy graciosas a la par que emotivas para la futbolería la puse y me quedé anonadado por la puesta en escena.

      san google me proveyó entonces de tres artículos cojonudos sobre su vida y milagros que casi parecían sacados de «el caso»… pero no, eran de la rolling stone argentina y del clarín… vaya nivelón de telenovela tiene allí la prensa. un vicio de lectura y un placer traerla hasta vuestros ojitos!!!

    1. jajaja! gracias! le juro que pensé al acabar: «cómo les gusta a los argentinos el amarillismo, pardiez!»… yo sólo reordené el puzzle de acontecimientos.

  2. Joder… juraría que hace años leí un cómic porteño re-lo-quísimo, en el que hablaban de este hombre. Bueno… salía la madre… luego se aparecía el fantasma del hijo…un sindios divertidísimo. La madre debe ser un personaje de mucho cuidado tambien.

    La verdad es que yo también me he quedado con ganas de la segunda parte, sí…

    1. al parecer la madre era y es un personaje de cuidado. sólo he visto capturas de vídeos, nunca me he atrevido a verlos, con eso lo digo todo. pero bueno, ya sabemos que por esas latitudes la exageración, por llamarlo así, es casi «way of life», jajaja!

  3. Buah. Vaya peña más chunga (me encanta). He estado a punto de pipear por el interné para ver cómo continúa la historia pero me he contenido. Qué intriga redios!

    Y lo de El Puma de guest star… buahahaha.

    1. Es que lo de colarse en los platós de manera compulsiva no conozco a nadie que lo haya llevado a ese extremo… y que se lo permitan creo que sólo puede pasar por esas latitudes!

  4. Mola. Aquí otro que se adscribe al ¡queremos más! Para cuándo la continuación?

    Sólo una duda, amic Juan. Es éste el reportaje que anunció en el Discord como un dable favorito de un servidor? Y, de ser así, ¿puedo preguntar por qué? En mi vida había oído hablar del tal Rodrigo, esto se lo juro yo por lo más sagrado. Aparte de mi buen amigo Rodri, que es menos musical que la uralita, el único Rodrigo que controlo es el compinche de Cánovas, Adolfo y Guzmán. Y, con todo lo que me gusta el Señora Azul y los Solera, tampoco es que sea yo el presidente del Club de Fans, eh! Bueno…

    Pero que conste que me ha gustado mucho, que nadie vaya a malinterpretar mis palabras.

    1. grachiach! según calendario la continuación y cierre sale la primera semana de junio!

      respecto a su duda no le de más vueltas, no es por el artista sino por el género, por lo que comentó usted tras leer un artículo no se si del rap o del tangana: «juan, vuelve al rock!!». de ahí la coña (que sólo he pillado yo 🙁 ) de que éste sería de su gusto… querían rock? tomen cumbiazo!

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