La danza ebria de los electrones. Ruth White

Ruth White

Lo interesante de los experimentos son los resultados, no el experimento en sí. Usualmente en el terreno artístico se tiende a sobrevalorar lo experimental al margen de lo que depare por el simple hecho de intentar expandir las fronteras de lo hecho hasta el momento. Pero si los hallazgos del experimento no tienen valor por sí mismos, es difícil de justificar la valía de dicho experimento, por mucho que se haya adentrado en territorios inexplorados. Resultados, queremos resultados.

En otras disciplinas más objetivas no se da este fenómeno. Si el laboratorio de los Curie hubiese volado por los aires, el mundo los hubiese considerado un par de memos y no habría más que hablar. Como, en lugar de eso, efectuaron algunos hallazgos interesantes, recibieron un Premio Nobel por ello. La capacidad de contrastar los resultados es algo de lo que, por suerte o por desgracia, no dispone el arte.

Debido a su aura mística y a su naturaleza subjetiva, en el mundo artístico parece haber una reticencia a tachar de fraude algunos experimentos fallidos, quizás por miedo a aparentar ignorancia. El «es que usted no entiende» es un arma poderosa en manos del artista mediocre y sin escrúpulos que ha hecho el bobo y se resiste a reconocerlo. Por otra parte, otro sector del público rechaza cualquier innovación por su misma naturaleza de cosa nueva y su cualidad experimental, sin pararse a considerar la valía de lo realizado. Así, atrapados entre pusilánimes y reaccionarios, debería quedarnos claro que la opinión del público no es un criterio válido para evaluar el mérito de ciertas propuestas arriesgadas.

¿Qué hacer, pues? La respuesta está en la misma premisa. La que afirma la naturaleza subjetiva de la experiencia artística. El resultado del experimento está dentro de uno mismo. ¿Le resulta sugerente, perturbador, seductor o interesante de alguna manera? ¿Causa en usted algún tipo de efecto disfrutable? En ese caso, el experimento ha sido un éxito. Para usted, claro; no hay ningún tipo de contradicción en que al de al lado le parezca un horror. Los dos pueden estar en lo cierto si han sido sinceros con su propia experiencia. Cosa nada fácil cuando, siendo animales de manada como somos, vamos a recibir presiones sociales que nos dictan lo que nos debe o no gustar.

Es cierto que se puede argumentar que un tipo de obra que provoque una reacción más homogénea en su público tiene algún tipo de inherente superioridad ante otra que no lo hace, ya que las intenciones del artista se han transmitido más eficientemente y esa es la premisa básica de cualquier tipo de creación artística: la transmisión de un determinado concepto o sensación. También se puede alegar que tal tipo de experiencia colectiva solo se puede lograr apelando al mínimo común denominador y la experiencia será más básica y de menor altura. No se hagan un lío con todo eso. Si le gusta, disfrute de ello y no le dé más vueltas. Inténtelo con esto.

¿Qué, cómo se les ha quedado el cuerpo? Raro, eh… El caso es que si alguien me da una descripción fría de esto, probablemente saldría corriendo o cavaría un hoyo bien profundo para esconderme. Me reconocerán que «poesía recitada sobre música electrónica experimental» es razón para eso y para mucho más, hasta para sacar la pistola a lo Goebbels o Millán-Astray, según a quién prefieran atribuir la famosa frase (seguramente apócrifa) que relaciona cultura y pistolas.

Sin embargo, a mí me funciona. Ni siquiera sabría explicar el porqué. Me transporta a sitios en los que nunca he estado y no sabía que existían, me conmueve y me asusta, me saca de los sitios cómodos en los que suelo estar y me expone al infinito y al horror del universo y del inconsciente, donde rigen unas leyes estéticas diferentes y, sin embargo, fascinantes. Es, en definitiva, música alienígena (o quizás demoníaca) hecha –no tengo demasiadas dudas acerca de ello– para perturbados. Y lo mejor de todo: la ha hecho una señorita con aspecto de empollona inocente. Parafilias aparte (que ni confirmo ni desmiento), creo que es un detalle más a considerar. Esto no lo ha hecho un tatuado adorador de Satán puesto hasta las cejas de sustancias ilegales entre sacrificios rituales y estancias en celdas acolchadas; lo ha hecho una persona sensata y estudiosa que probablemente ama a los gatos y paga sus impuestos. Considérenlo por un momento.

El laboratorio del mal de la Doctora White
El laboratorio del mal de la Doctora White. Gato no incluido

Ruth White era una estudiante de música clásica que se vio atraída por la música experimental, aunque pronto llegó a la conclusión de que todas esas ideas vanguardistas (el atonalismo, el politonalismo o el impresionismo) eran un callejón sin salida y que habían agotado sus posibilidades a finales del siglo XIX; por otra parte consideraba que la música experimental de su época era caótica, carecía de sentido y estaba formada por sonidos que eran ruido y nada más. A esto se le llama tener las cosas claras (y una miajica de mala leche). Así que se puso manos a la obra, juntó un montón de cacharros y se encerró a trabajar con ellos doce horas al día con la intención de crear un nuevo lenguaje musical basado en medios electrónicos que tuviera sentido.

Entre otro tipo de materiales (educativos, documentales, bandas sonoras, etc.) a finales de los 60 publicó unos pocos discos en los que intentó reflejar las posibilidades artísticas del nuevo lenguaje que estaba creando, siendo quizás este «Flowers of evil» –en el que crea ambientaciones sonoras para los poemas de Baudelaire– el más notable. Densas capas de sonidos electrónicos fuertemente procesados convergen de manera insidiosa, creando unos ambientes de sueño o pesadilla, rodeando y confundiendo a una voz distorsionada que recita fragmentos de poesía del simbolista francés. La espiral de electrónica analógica aparentemente arrasa con lo que solemos entender por música, pero queda algo; una estructura, un orden, una cadencia… Algo hay ahí, algo que resulta difícil de definir quizás por la poca experiencia que tenemos con construcciones de este tipo. Más que un descendiente de la música tradicional, parece un pariente colateral, hecho con la misma lógica pero otras sustancias.

Quizás si nuestros ancestros de las cavernas hubieran dispuesto de osciladores electrónicos y efectos de retardo de cinta en lugar de palos y flautas de hueso, esto es lo que hubieran hecho. Es un punto de partida, el inicio de un nuevo lenguaje musical; emocionante e incomprensible como los primeros balbuceos de un niño. En cualquier caso, lo que podría haber sido un disparate, acaba siendo una sugestiva experiencia, quizás porque Ruth White sabía lo que estaba haciendo o, al menos, se esforzó al máximo por saberlo.

No me caben demasiadas dudas de que al autor de «Los paraísos artificiales» le hubiese resultado interesante esta aproximación a su obra y, quizás, de haberla escuchado bajo los efectos del hachís, hubiese tenido un concepto más favorable acerca de esa sustancia. En cualquier caso, este artefacto sonoro es psicoactivo en sí mismo; escuchar el disco entero de una sentada es algo que un día de estos podrían perfectamente declarar ilegal (esto es, si los mequetrefes encargados del negociado de prohibir cosas tuvieran la menor idea de que esto existe).

Poca paga
El mercado de trabajo siempre ha estado achuchado

Aprovechen mientras tanto si tienen fortaleza de espíritu y el ánimo aventurero. Como decía aquel famoso anuncio (quizás también apócrifo) para la exploración del Polo Sur: «Se buscan hombres para peligroso viaje. Salarios bajos, frío extremo, largos meses de oscuridad total, peligro constante, regreso dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito«. Todo esto en media hora y sin mover el culo del sofá.

11 comentarios en «La danza ebria de los electrones. Ruth White»

  1. Muy interesante, caballero. Yo también he pensado siempre que los experimentos se quedan en casa: si luego resulta que las albóndigas de rape con chocolate y cayena son la rehostia siempre habrá tiempo de ponerlas en el menú. Pero sacarlas a la venta sólo porque son algo «diferente»…no se yo…

    En cuanto a la señorita que nos ocupa, me recuerda a la música incidental que se usa en el cine de terror y de suspense. Tampoco veo una ruptura total con la música sinfónica o con la música electrónica «seria» (…así lo ponía en mi libro de música de COU, jejeje…)

    1. Sí, algo de eso hay… había hecho cosas en esa línea (bandas sonoras, p.e.) y aunque sea más experimental, algo queda de eso. También es que el tema que he puesto es de los más civilizados y normalitos, los hay con más disonancias y cosas rarunas.

      P.S. Lo de las albóndigas de rape me preocupa un poco. Veo a Manitoba embadurnado de harina y con las manos en la masa, probando esa maléfica idea.

  2. «por otra parte consideraba que la música experimental de su época era caótica, carecía de sentido y estaba formada por sonidos que eran ruido y nada más». absolutamente de acuerdo con lo que opina esta señorita, pero lo extiendo al conjunto de la música experimental hasta hoy. es un mundo que no sólo me resulta ignoto, sino también desasosegante… y si ese es el objetivo está claro que son malas personas!

    1. No es un disco para rockeros rocosos, ni jazz lovers, ni arqueólogos de la world music, lo que excluye al 99% de los secreters (siendo yo el 1% restante). Realmente no se lo recomendaría a ninguno personalmente basándome en los gustos que les conozco. Quizás echaría los dados con el señor de los museos, pero hay tantas posibilidades de que le haga tilín como de que me retire el saludo.

  3. pues a mi me ha gustado. si en vez de ruth brown, te calan en la portada del disco el nombre de karlheinz stockhausen, más de uno se lo tragaba y lo catalogaba de obra maestra… bueno, en realidad no, pero solo porque a stockhousen no lo escucha ni dios, es solo un nombre que queda muy bien citar.

  4. En artículo es muy interesante y está muy bien enfocado pero he intentado dedicarle a la música de la que hablar el mismo tiempo que a la lectura del texto y me ha resultado imposible. No sé si considerarlo un fracaso por mi parte, si asumir que mi horquilla de gustos musicales es demasiado estrecha o si solo pensar que es insoportable. A veces pienso (todavía me pasó ayer viendo un clásico de cine) que una obra puede ser una referencia cultural, influyente e iconoclasta y al mismo tiempo ser un producto mal acabado y paradójicamente fallido.

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