La Parte Chunga: Curtis en Creta

creta

La gente es reacia a contar los problemas sucedidos durante sus viajes. Fotos que muestran sin rubor sonrisas forzadas y chancletas pero que también dejan ver parejas rotas, buffet barato y nervios a prueba de rent-a-car. Los viajes perfectos no existen. Siempre hay otra parte de la que nadie quiere hablar: la parte chunga.

Hoy veremos cómo una experiencia tan apetecible como un viaje al sur del Egeo se puede convertir en una pesadilla. Hoy en La parte chunga nos vamos a Creta. 

Un buen día, mi señora me mandó sentarme, me cogió la mano dulcemente, me miró a los ojos y me dijo “Curtis, nuestras vacaciones parecen un reportaje de Sarajevo escrito por Pérez-Reverte tras volver de una manifa feminista».  Yo tragué saliva y le contesté: “tranquila Pompón, este año nos vamos al Mediterráneo”.

Ir de vacaciones es tirar una moneda al aire. Si sale cara puedes tener unas viaje maravilloso, lleno de situaciones erótico-festivas, profuso en risotadas entre copiosos y distendidos gintonics y con anécdotas apetitosas para darle envidia a nuestro celoso cuñado.

Experiencias tales fueron coincidir en un chiringuito con Tom Hanks, bucear entre coral y tortugas gigantes o culminar un día perfecto en la catártica paz interior que te otorga una puesta de sol junto al mar frente a un cielo bermellón. Sí, amigos, sí. Os da envidia, ¿eh? Todas estas cosas que os acabo de enumerar le han pasado a alguien alguna vez. Y nunca a mi.

Esto en cuanto a que la moneda salga cara, claro. Pero hay que contar con que la pelota rebote en la red y caiga de nuestro lado. Ahí están las congestiones intestinales, los atracos de las agencias, los dispendios descomunales y las discusiones conyugales.

Mejor Bosnia que Creta.
Mejor Bosnia que Creta.

Llevando el caso ligerísimamente al extremo, las cabezas reducidas de los jíbaros que acaban clavadas en la punta de una lanza fueron alguna vez muy probablemente de un turista. Livingston el explorador, que era como llamaban a los turistas en el XIX, murió aquejado de malaria y disentiría fruto seguro de un menú turista de Paellador en algún chiringuito en El Congo. Hasta Campechano I tuvo que pedir perdón por hacer de turista.

Ir de vacaciones es tirar una moneda al aire que puede caer cara o puede caer cruz. Yo hubiese firmado porque sólo una vez me hubiese caído de canto.

Pompón y yo tenemos nuestras ligeras divergencias dentro de la normalidad. Sin embargo, en vacaciones, somos sometidos a tensiones límite que nos provocan discusiones existenciales que interrumpen nuestro solaz veraniego.

Una vez en Benidorm nos tiramos una semana sin hablarnos tras no llegar a una conclusión sobre la consideración que tenían los Yanomami de los años bisiestos. En otra ocasión en la que escogimos darnos unos días de reposo en un agradable balneario en Torremolinos, perdimos los estribos en un restaurante por una disconformidad en el segundo decimal de una propina tras un mal servicio. Concretamente Pompón no quería dejar nada y yo quería dejar un céntimo. Lo siento pero no pienso quedar de tacaño por muy lejos que me encuentre de casa cuando estoy de vacaciones.

Volviendo al sufrido comentario de Pompón, una vez asimilada su ligera desavenencia, supe instantáneamente que una isla en el Mediterráneo era nuestro sitio: Primer mundo, idioma cristiano y comida apetecible. No tendríamos que volver a Murcia.

Acudimos a una agencia de viajes donde un señor muy agradable, descendiente directo del linaje de Vlad Dracula nos ofreció una estancia de ensueño en la bella Creta. El simpático agente nos mostró unas fotos en un catálogo plastificado amarillento y roído mientras preguntaba discretamente por mi número de cuenta y grupo sanguíneo. Tras valorar extirparme unos cuantos órganos para pagar el viaje, y algunos del señor por añadidura, le prometí volver al día siguiente a firmar el estipendio acordado, el cual, equivalía al producto interior bruto de un cantón suizo.

Una vez en casa, convencí a Pompón para realizar el viaje por nuestra cuenta. Evitando el diezmo de la agencia nos íbamos a dar una vidorra dionisiaca y encima a costa de un país en crisis que tiene que tirar los precios. Pobre gente y tal pero yo si me puedo ahorrar unos duros me los ahorro.

Pompón se en encogió de hombros, suspiró y pronunció con resignación «Alea jacta est». “Hale, jáctate tú» le respondí yo.

Mi viaje inteligente o Curtis Smart Trip, según se lo definí a Pompón, comenzó cuando para ahorrarnos unos eurillos tomamos un avión a Barcelona que hacia una escala nocturna de seis horas antes de salir a Creta en lugar del chárter directo que recomendaba la agencia. “Total”, le dije, “Barcelona está de camino y podremos dormir un rato en el aeropuerto y otro rato en el avión. Vamos a llegar más relajados que el Dalai Lama a tope de Diazepam».

Servidor que como buen hombre de provincias confía en la buena voluntad de la gente, desconoce que El Prat fue diseñado por el mismo arquitecto que se encargó del spa de las tres mil viviendas o del parque infantil de Auschwitz.

Ese simpático señor de naturaleza juguetona, en un alarde de simpatía, dispuso unos bancos colmados cada medio metro de reposabrazos afilados por cuyo interior difícilmente pasaría un espárrago nonato y en los cuales apoyar la más elástica de las extremidades supondría una baja laboral para el más experimentado faquir.

El trabajo os hará libres
El trabajo os hará libres

Tras una noche más larga que una gala de Eurovisión presentada por Pablo Motos, nos embarcamos en el avión aquejados de calambres, convulsiones y un humor correspondiente al de mi madre cuando le digo que ceno en nochebuena con mis suegros. El Curtis Smart Trip despegaba rumbo a Creta.

No había amanecido por lo que el viaje comenzaba en horario nocturno. Intentamos calmar los nervios y cerramos los párpados para conciliar el sueño durante las tres horas de vuelo, algo necesario para afrontar la dura jornada que estaba por venir.

La dignidad del turista, ese preciado valor a la baja
La dignidad del turista, ese preciado valor a la baja

Una vez que nos relajamos, el cansancio hizo mella y en un santiamén pudimos dormirnos plácidamente. Segundos después empezó la fiesta. Auxiliares de vuelo con afán de vengar su exiguo sueldo empezaron a ofrecernos bebida, pulseras contra el cáncer, curas contra la alopecia, sándwiches de pollo y salmón, huevos de dodo criogenizados y un sinfín de bagatelas de cualquier ralea. Las dimensiones de la bodega del avión de Ryanair debían ser del tamaño Las Rozas Village. Entendí entonces porqué nuestro equipaje de mano permitido (el Curtis Smart Trip no incluía facturación) era del tamaño de una cartón de tabaco.

En perfecta conjunción y consonancia con los voceros de Ryanair, el resto de pasajeros, formado por jóvenes alocados imberbes que acudían a Grecia en busca de apareamiento fácil, hacían gala de una hormona loca y palpitante saltando como orangutanes por encima de los asientos siguiendo las directrices del ídolo juvenil Melendi.

La otrora dulce mirada de Pompón era ahora torva y temblorosa. Yo, mientras, cabizbajo y cariacontecido mascullaba algo sobre que la fortuna estaría de nuestro lado y que nos iba a tocar la lotería de Ryanair. Pompón me miró de tal forma que decidí permanecer el resto del viaje haciéndome el dormido entre el griterío y las hordas de adolescentes que pasaban sobre nuestras cabezas.

Más fácil dormir en Pachá.
Más fácil dormir en Pachá.

Llegamos al aeropuerto de Heraklion a la ocho de la mañana hora local. Mi hoja de ruta tenía alguna ligera deficiencia como esperar una hora hasta que abriese la lowcost de rent-a-car cuyo horario era tan mediterráneo como nuestro destino. Afortunadamente esa hora de espera me pasó en un santiamén gracias a Pompón que convenientemente decidió invertirla en insultarme en los mismos idiomas que Juan Pablo II profería sus santas homilías.

Uno que es una persona elegante y distinguida guarda ciertas máximas en la vida. Una de ellas que sigo con diligencia en bares y restaurantes es la de “escoge siempre el segundo más barato”. Fue así como seleccioné el automóvil que nos guiaría por la costa cretense. Descartado pues  el más económico, un triciclo Fisher-Price recién adquirido por la compañía en una dura subasta de Wallapop, nos montamos en un Fiat Panda sin aire acondicionado, cuya principal virtud era la veteranía.

Imaginaos la escena amigos. Agosto. Plena canícula estival. Treinta y seis grados a la sombra y nosotros montados en un Fiat Panda sin aire acondicionado en cuyos asientos se podría cocinar una fondue tres chocolates. Ahí estábamos a tope con las vacaciones después de dos días sin dormir y más desubicados que Álvarez de Toledo en una playa nudista.

Como no podíamos entrar en el apartamento hasta el mediodía para ahorrarnos una noche (Curtis Smart Trip, a partir de ahora CST), nos fuimos directamente a las ruinas de Cnosos donde comprobamos de primera mano cómo los cretenses, en el año 7000 a.c. sufrían diariamente una insolación matutina. Cuando llegamos no había ni abierto. “Mira que suerte Pompón, podemos aparcar al lado de la puerta”.

Una vez abierto caminamos solos por aquel secarral. Aquello parecía una peli de Antonioni con poco presupuesto para el casting. Después de un rato caminando desorientados entre piedras milenarias y restauraciones de brocha gorda que harían parecer al ecce homo de Borja como un capolavoro renacentista, nos detuvimos unos instantes para tomar un momento de reflexión. Nos encontrábamos a punto de desfallecer y advertimos que estábamos a pocos metros de playas paradisíacas y de bellísimos pueblos pesqueros de esos que reflejan paz y amor libre en anuncios de yogures. Pompón y yo nos miramos y asumimos que allí no pintábamos nada. Abortamos pues nuestro intento cultural: nos fuimos a dormir al coche.

Hormigón y cartón piedra de 7000 años de antigüedad.
Hormigón y cartón piedra de 7000 años de antigüedad.

Las siguientes dos horas las pasamos discutiendo sobre si era mejor dejar la ventanilla abierta o no. La estampa era preciosa. Ruinas de Cnosos. Fiat Panda en la puerta. Cientos de turistas comienzan a agolparse en la entrada. Frescos y risueños esperan ataviados con paraguas y crema solar para aliviar el duro sol cretense. Mientras avanza la cola, para hacer la espera más amena, dos españoles discuten aventados en un Fiat Panda cuyos ademanes y miradas perdidas recuerdan a los de Nacho Cano en el homenaje a Miguel Ángel Blanco.

Tras amenizar la cola con nuestra perfo y firmar algún que otro autógrafo a algún alemán despistado pusimos rumbo a Chania.

En este punto tengo que parar y reconocer que nos dirigíamos a un lugar de una belleza excepcional. Chania es un pequeño paraíso de arquitectura veneciana y agradables gentes. Nosotros en el momento no fuimos capaces a advertirlo, de la misma forma que un judío en una ducha colectiva en Mauthausen no es consciente de las posibilidades de hacer crusing que allí se le ofrecen. 

El apartamento seleccionado era el mismo que el de la agencia de viajes. Mi perspicaz ingenio había grabado en mi retina una serie de detalles que luego me fueron útiles para poder localizarlo por mi cuenta. Tras encontrar el alojamiento en Airbnb entablamos contacto con el propietario que ofertaba planta baja, primer piso o segundo piso. La primera planta tenía un suplemento al contar con terraza y la segunda uno mayor por las impresionantes vistas sobre el mar. El dueño nos dijo que no tenía ninguno reservado por lo que nos permitía escoger el que prefiriésemos in situ.

Tengo que reconocer que una vez allí el lugar se veía tan bello que consideré que era el momento oportuno para romper la máxima del segundo más barato: escogimos planta baja.

Aun siendo el más barato, justo antes de entrar, me invadió una sensación de paz y ligereza y me sentí como Flavio Briatore mientras traspasaba el umbral del apartamento. Qué pórtico, qué elegancia, qué flow, qué tranquilidad. Una vez cruzada la puerta, Flavio se evaporó de mi mente y el tostado rostro de Briatore se transfiguró en el ojeroso careto de Ortega Lara recién rescatado. Aquello era un zulo de mala muerte. Sin ventilación, sin aire acondicionado, sin luz natural. Todo lo más, un triste ventanuco en la puerta que nos otorgaba una única y maravillosa vista a un reguero de miles de turistas que nos devolvían la atemorizada mirada que salía desde nuestro ratonero.

Qué bonita metáfora de las ruinas de Cnosos. Pompón me dijo que lo hubiese cambiado por cualquier rincón de nuestro hogar, incluido el confortable cuarto de las escobas.

Una vez asumimos la dura realidad decidimos ser resolutivos y realistas. “Vamos a tomar el toro por los cuernos”. Desafortunadamente, el techo era tan bajo que no pudimos ni colgarnos y además, no tenía la pinta de soportar nuestro peso. Morir ahorcado sí, pero sepultado no. No hay que perder la dignidad ni de vacaciones.

Decidimos pues, continuar nuestras vacaciones o tal vez para ser más justos, empezarlas. No era ahora el momento de capitular, ni siquiera de amilanarse. Tragué saliva y levanté el mentón con orgullo. Cogí a Pompón de una mano y la traje hacia mi. Frunciendo una ceja, le dirigí una mirada más intensa que la de Carlos Herrera haciéndose un selfie en la cola del Lidl.  La mirada que me devolvió parecía la de un paciente en la sala de espera del Doctor Mengele. Abrí mi elegante riñonera de polipiel y saqué un fajo de billetes de nuestros ahorros de un año«Pompón: no te rindas. Vamos a fundirnos ésto sin miramientos. Como aquel año en nuestro aniversario que te llevé en Benidorm al show de María Jesús y su acordeón. Nos espera una semana de gozo y albedrío en este pequeño paraíso griego. Vamos a reír. Vamos a bailar. Vamos a soñar. Vamos a darle envida a mi cuñado. Vamos a vivir». 

Inocente de mí, no sabía todavía que lo peor estaba por llegar. Íbamos, a sufrir.

11 comentarios en «La Parte Chunga: Curtis en Creta»

  1. riñoneras de polipiel, ryanair, fiat pandas… la historia no tiene ni una letra de desperdicio. no sé si aguantaré una semana para leer la continuación…

  2. Muy guay esto, eh!

    Iba a comentar sobre un tema específico del relato, pero acabo de darme cuenta de que aplica a la segunda mitad de la historia, y no a la primera (sí, parece que soy uno de los afortunados que pilló la primera versión, la original, la full edition).

    Así que me lo guardo para la semana que viene.

    Pero vamos, que me has hecho sufrir un raro largo, eh! Bueno…

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