Sexo, cocina y cintas de video: calabacín con labneh

labne360

27/12/2020 

Querido diario:

Al fin ha pasado. No sé cómo pero ha pasado. Tengo unos nervios que hace dos días que no pego ojo y encima tengo que ponerle buena cara a todo el mundo. Buena cara en la residencia ayer cuando fui a ver a mamá, buena cara con Javi que está como loco con la bici nueva y lo más difícil, buena cara con Héctor.

Yo no quería que esto pasase. O sí. Quizás sí lo quería pero no esperaba que llegase a suceder. Desde luego que lo que no quería ni esperaba es que fuese a pasar el día de Navidad. ¡Ay madre! Es que sólo de acordarme me sube el pulso y empiezo a sudar. Mira que me gusta llevar las entradas del diario a rajatabla, por poco que sea lo que tenga que decir pero hasta ahora me ha sido imposible.

A veces me pregunto por qué qué llevo un diario. ¿Será que inconscientemente deseo que lo lea Héctor y se entere de todo? ¡Ay qué cosas digo! Si hasta hace nada, más que un diario, esto era un recetario de cocina. ¿Qué voy a contar yo? No hago más que cocinar y cuidar de los míos, que no es poco. Si es que hasta hace dos días no tenía otra cosa que decir, que me paso el día sola en casa y encima desde que vivimos en el adosado tengo mucho más que hacer. Pues ahora sí que tengo cosas que contar.

Ya puedo ir pensando dónde guardo esta libreta porque en la mesita de noche es demasiado arriesgado. Cualquier día la abre Héctor buscando un cargador de móvil o yo qué sé y se topa con mis secretos inconfesables. Es cierto que de hace unos meses escribo cosas que no puede verlas nadie pero lo que voy a escribir hoy me moriría si se hiciese público. Cuando digo público me refiero a que se enterase Héctor. O Javi, que sería incluso peor.

Héctor hoy ha ido a correr. Quiere quemar los excesos de estos días echando una carrera de media hora, en fin. Javi no sé dónde está. Siempre me dice que se va pero nunca a dónde. Y yo no le quiero presionar que está en una edad muy mala y le quiero conceder la intimidad e independencia que yo no tuve. Bueno, que no tuve y que no tengo ahora. Que paso más tiempo en casa que la nevera.

Ay madre, qué mal rato estoy pasando. Ayer cada vez que Héctor me llamaba por algo yo no me atrevía ni a mirarle a la cara. Menos mal que como estaba resacoso tampoco me hizo mucho caso. En realidad, mucho no me lo hace nunca. Al menos, desde que nació Javi y Javi ya ha cumplido quince años. Pero bueno, no me quiero poner a pensar en ello ahora que no me quiero poner triste y además bastante tengo ya encima. Otro día.

El caso es que yo creo que Héctor empieza a rumiar algo, me ve más distante. Hace ya tiempo que imagino que pasan cosas y eso me hace sentirme incómoda cuando estoy con él aunque no haya pasado nada. Bueno, ahora sí ha pasado. Yo intento disimular pero se me da muy mal. No valgo para estas cosas.

La culpa es mía que insistí en que viniese Antonio a cenar en Nochebuena. Héctor no quería, vaya manía que le tiene. A mí es que me daba mucha pena. Tan solo, tan desvalido. Yo no sé cuándo pero hubo un día que algo hizo clic en mí y ese sentimiento de fragilidad que me provocaba se transformó en otra cosa. Ay, ¿quién me mandaría a mi invitarlo?

Antonio tampoco quería venir. Al final, le dije que se viniese a comer por Navidad, que haría algo informal y acabó aceptando.

En realidad llevo un mes remoloneando y evitando escribir lo que hoy voy a decir. Las cosas pasan hables o no de ellas así que será mejor empezar a contarlo ya.

Todo empezó hace ahora un año cuando Sara se fue. Hasta entonces nunca habíamos tenido mucha relación con ellos, en gran parte porque Héctor siempre daba largas cuando tratábamos de vernos.

Cuando Antonio se quedó solo, empezó a venir a casa primero echándonos una mano con la mudanza y luego porque de un tiempo a esta parte parece que tiene mucha afinidad con Javi. Ellos hablan de sus cosas, de libros, de música de pelis… Yo creo que a Javi le ha venido muy bien porque está en una edad muy difícil. Además, cada vez que ve a Antonio se le ve muy ilusionado y está bien que un chaval de su edad tenga inquietudes.

Con Héctor también ha cambiado la relación. Él dice que es porque ahora le da pena pero yo creo que en el fondo tiene algo que ver con el hecho de que le haya dejado Sara, que antes le tenía envidia. No sé, espero equivocarme. Lo que no cabe ninguna duda es que de a un tiempo a esta parte pasan algún tiempo juntos de vez en cuando. Antonio casi no habla pero por lo menos escucha atentamente los soliloquios de Héctor. Yo a veces los veo en el salón y me da la sensación de que a Antonio no le interesan mucho esos discursos pero ¿quién sabe? Él nunca ha sido un hombre de muchas palabras.

Cuando acabamos la mudanza, Antonio empezó a coger costumbre de venir aquí con la excusa de ayudar a Javi con los estudios. Más o menos suele venir a la misma hora, sobre las cinco, cuando Javi ya está en casa. Siempre es lo mismo: llama a la puerta, le abro, cruzamos cuatro palabras y luego sube arriba con Javi. A decir verdad yo no sé qué es lo que estudian pero hay veces que escucho música a todo trapo, no sé cómo pueden concentrarse así.

Sobre las seis y media llega Héctor del trabajo y más o menos a esa hora Antonio baja y hablan un rato. A veces se toman una cerveza juntos. A mí al principio se me hacía rarísimo pero ahora empieza a ser habitual. Yo les saco algo de picar e incluso alguna vez me siento al lado de Héctor en una oreja del sofá a escucharlos hablar. Bueno, a escuchar a Héctor más bien.

Algunas de esas veces he pillado a Antonio mirándome fijamente. Lo veo por el rabillo del ojo. Yo disimulo para que no se de cuenta que le he cazado porque él es muy tímido y le daría mucho reparo. ¿Qué pensaría si supiese que últimamente me arreglo cuando sé que va a venir? El que no se dará cuenta jamás es Héctor. No lo haría ni aunque me sentase desnuda sobre sus rodillas.

A principios de diciembre, hará dos o tres semanas, un día se presentó aquí Antonio a la hora de siempre. Lo raro es que era miércoles y los miércoles Javi tiene piscina. Yo la verdad que me quedé un poco fría porque no me lo esperaba pero le invité a pasar para que por lo menos se tomase algo aunque fuese conmigo que tampoco tengo mucho que decir. Él pareció un poco sorprendido y me dijo que se había confundido de día. Me puso esa cara de pena que pone siempre pero esta vez, al menos durante un segundo, algo en mí me hizo pensar que había algo de afectación en su mirada. Que no era completamente sincera. Fue solo un pensamiento fugaz que desapareció cuando nos sentamos, quizás sobre todo porque se le veía un poco incómodo.

Aquel día, no sé si porque me puse muy nerviosa, abrí unas cervezas. Para Antonio, beber alcohol un miércoles a las cinco de la tarde puede ser totalmente normal, según Héctor bebe demasiado y anda ahí ahí lindando con el alcoholismo pero para mí, que no había probado gota de alcohol desde que acabó el verano me hizo sorprenderme de mi misma, no me creía lo que estaba haciendo.

Antonio y yo estuvimos hablando juntos un buen rato. Ese día él sí habló y mucho. En realidad creo que nunca lo había escuchado hablar tanto rato en todos los años que hace que lo conozco.

No sé por qué pero la conversación giró enseguida en torno a nuestros amigos de adolescencia, las travesuras que cometíamos engañando a nuestros padres, nuestras primeras citas. Era todo muy nostálgico e incluso un poco tierno.

Por primera vez en mucho tiempo me sentí suelta, como si tuviese algo que decir y hubiese alguien a quien le interesase lo que yo dijese. Cuando me di cuenta, había abierto una segunda cerveza que se me subió a la cabeza inmediatamente. Sentí un calor que quemaba mis carrillos y la lengua se me empezó a trabar como a un adolescente.

De repente me encontré contándole a Antonio el día que hice el amor por primera vez. Yo me estaba  oyendo y no daba crédito que esas palabras saliesen de mi boca. Todavía no me lo creo, ni siquiera es algo de lo que haya hablado con Héctor en todos estos años. Antonio, mientras, escuchaba atentamente sin  hacer el mínimo gesto.

El cuerpo me pedía curcubitáceo
El cuerpo me pedía curcubitáceo

Rápidamente fue oscureciendo. En esta época del año lo hace muy pronto y además ese día fue particularmente gris y lluvioso. No quise levantarme a encender la luz. Antonio se fue poniendo serio y empezó a hablar cada vez más bajo, bajando el tono como si hubiese alguien que nos pudiese escuchar. Yo había veces que ni entendía lo que me decía pero no me atrevía a decirle nada porque tenía miedo interrumpirle, qué tonta soy. Estábamos casi a oscuras. Me tuve que acercar más a él, hasta que nuestras rodillas llegaron casi a rozarse.

Sus ojos brillaban tanto que parecían la única luz que alumbraba el salón mientras me contaba como había sido crecer en Madrid, entre la adrenalina y las luces de la gran ciudad. Me dijo que le había costado mucho adaptarse a vivir aquí siendo como es tan retraído, que sentía que nunca lo había conseguido del todo y que ya no se veía capaz de hacerlo. El tiempo me estaba pasando volando.

Me habló de Sara. La misteriosa Sara que tan poco llegué a conocer. En ese punto su tono se convirtió en un susurro débil. Nunca lo había oído hablar de Sara desde que se fue.

Antonio me dijo aquel miércoles de diciembre que las ciudades grandes y muy pobladas son para los solitarios y que en los pueblos, hay tan poca gente que nunca se está solo pero que él ahora echa de menos a las multitudes para poder disfrutar de la soledad. Yo no entendí lo que me quería decir pero hubiese dado cualquier cosa por detener el mundo en ese instante.

Cuando dieron las seis, Antonio se fue. Le pedí que esperase a Héctor que estaría al caer pero él no quiso y yo, no sé por qué, respiré aliviada. Cuando se marchó, me lavé los dientes tres veces, me di una ducha y salí a comprar algo para cenar. Tenía comida de sobra pero necesitaba despejar un poco y meterme en la cocina para poder distraerme porque en el fondo, aunque nadie hubiese hecho nada malo, yo sabía que había pasado algo. Y sabía también que me había gustado.

Casi tengo que poner el GPS para encontrar la pescadería
Casi tengo que poner el GPS para encontrar la pescadería

Me fui al Carrefour y estuve media hora dando vueltas por los pasillos atontada perdida. Al fin, centré un poco y vi unos oricios en la pescadería que me llamaron la atención. Con el cuento de encontrarse justo al inicio de la temporada, y estando como estaba la mar picada, los oricios estaban por las nubes pero como me sentía culpable y a Héctor le encantan quise de alguna forma redimirme y me llevé una docena.

Cuando volví a casa Héctor ya había vuelto de trabajar. Al principio no me atrevía ni a mirarle a la cara pero luego empezó a criticarme por haber comprado los oricios, que si están muy caros, que si qué se celebraba hoy. Me echó una bronca que me dejó fría. Me dijo que él llevaba el dinero a casa y que irnos a vivir al adosado no permitía meternos lujos a capricho. Que él tenía una fábrica pero que no imprimía dinero. Al final me harté y ni corta ni perezosa, metí los oricios a congelar y cambié el plan por una cena rápida. Preparé unas tostas de calabacín con labneh que son muy apañadas y están riquísimas.

Los oricios quedarían finalmente para la comida de Navidad. Esa desaprobación de Héctor sería lo que incitase que yo por primera vez cayese en el pozo del adulterio. Faltaban dos semanas para navidades y todavía no sabía que iba a ser seducida por las gónadas de un erizo de mar. Bueno, y por las del primo de mi marido.

El mundo es manejado por cosas esféricas
El mundo es manejado por cosas esféricas

Calabacín con labneh

Me encanta el labneh. Nunca falta en mi nevera. Hace unos años un pobre desgraciado que trabajaba para Héctor y que siempre nos hablaba sus tristes viajes, nos trajo un bote de sus vacaciones por Grecia. Menudo pelota era. El caso es que nos gustó mucho con su textura de falso queso crema. Está realmente bueno y te apaña una cena rápida ya sea en forma de tosta o ensalada. Además, como se conserva en aceite dura un montón. Yo hago un litro de yogur natural con la yogurtera y con él hago el labneh pero el que no tenga una puede perfectamente usar yogures comprados.

Ingredientes para dos personas (Javi nos salió vegano):

  • 1 calabacín.
  • 1 litro de yogur.
  • Romero, orégano, pimienta en grano y especias al gusto y sal.

Preparación:
Se vierte un litro de yogur natural sobre una estameña y se deja drenando en la nevera entre tres y cuatro días. El suero extraído lo podemos congelar para hacer cuajadas, requesón o panes riquísimos.

Una vez hayan pasado los tres o cuatro días lavamos bien un bote de cristal grande y lo cubrimos un tercio de su capacidad con aceite de oliva virgen extra. Añadimos una rama de romero, orégano, diez granos de pimienta negra y una cucharadita de sal.

Ahora, con las manos untadas en aceite vamos formando bolas del tamaño de una albóndiga. El yogur habrá perdido todo el suero y tendrá una textura mucho más mantecosa. Con la delicadeza de Antonio introducimos las albóndigas de labneh en el tarro de cristal y cubrimos de aceite hasta que queden totalmente sumergidas. Dejamos reposar tres o cuatro días para que el labneh absorba bien los sabores.

Una vez pasados esos días preparamos unas rebanadas de buen pan, yo suelo utilizar uno de centeno que tiene mucha consistencia. Cortamos un calabacín en rodajas longitudinales y lo pasamos por la plancha hasta que quede bien dorado. Montamos la tosta con la rodaja de pan, medio calabacín y encima una bola de labneh o dos desmigada.

Al final me la cené yo sola.
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10 comentarios en «Sexo, cocina y cintas de video: calabacín con labneh»

  1. Maravilloso, Manitoba. Me siento como un lector contemporáneo a Dumas, esperando la nueva entrega del folletín (*).

    A mi mujer le ha triunfado la receta, por cierto. A ver si la probamos un día de éstos.

    (*) Folletín el que se traen Mar y Antonio, no te digo ná y te lo digo tó.

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